En
los países desarrollados se desperdician diariamente cantidades enormes de
comida, mientras que en otros lugares la gente se muere de hambre: Son 60.000
personas las que cada día mueren por esa causa, mientras que en Europa y
Estados Unidos un elevado porcentaje de la población padece de obesidad o
sobrepeso.
¿Dónde
está el problema? ¿Por qué esta desigualdad? Porque si la producción agrícola y
ganadera de nuestro planeta es superior a la que la totalidad de la población
necesita para sobrevivir, el problema es, sin duda, de distribución.
Según
datos de Naciones Unidas, el número de personas hambrientas en el año 2009 era
de 1.020 millones, y mientras tanto, otras se dedican al derroche, al
desperdicio…
Porque
mientras que en España se consumen diariamente 200 litros de agua por persona,
350 en Europa y 550 en Canadá y EEUU, en África el consumo medio es de 8 litros
por persona y día.
Cada día, en las familias africanas hay que hacer kilómetros
y kilómetros para buscar el agua; ¡quién se encarga de ello?: las niñas. Son
las niñas las que cada día invierten 6 horas para ir a buscar el agua, por lo
que no disponen de tiempo para ir a la escuela, para aprender a leer… millones
de niñas que podrían gozar de una educación que se les niega, porque los países
“civilizados” rechazan invertir 10.000 millones de dólares en construir
canalizaciones para que, en cada pueblo, haya un pozo, como mínimo.
¿Y
cómo luchamos para acabar con estas 60.000 muertes diarias? De vez en cuando
nos conmovemos ante las imágenes de algún reportaje televisivo y contribuimos
con unos cuantos euros que entregamos a alguna ONG para que envíe alimentos a
los países necesitados, con lo que se consigue que en algunos lugares se
reduzca el hambre durante una o dos semanas.
Y si
esto no resuelve el problema, si los excedentes que algunos países envían,
tampoco lo resuelven ¿qué se puede hacer?
La
respuesta de Naciones Unidas a este problema, está clara: La soberanía
alimenticia.
O lo
que es lo mismo: cada país tiene que producir los alimentos que necesita la
población sin necesidad de depender de otras naciones.
Pero
esto no es posible si no se consigue primero distribuir mejor la tierra para
que lo que se cultive sea útil para la población.
Seguimos
arrastrando las consecuencias del colonialismo, por lo que el monocultivo está
instaurado en muchos países del llamado Tercer Mundo: café en unos lugares,
cacao en otros, azúcar en otros, piña, plátano… hay que acabar con los
monocultivos.
Una
vez redistribuida la tierra, hay que invertir: invertir en formación
profesional agraria, en tractores, en caminos…
¿Cuánto costaría todo eso?
En
2008, la FAO nos dio la respuesta: 50.000 millones de dólares al año. Con sólo
50.000 millones de dólares anuales, se puede, según esta organización,
erradicar el hambre en el mundo. Esa es la cantidad que pidió a los países
ricos. Y la respuesta… que no podía ser, que era imposible, que no había
dinero. SÓLO SE OBTUVIERON 22.000
MILLONES DE DÓLARES.
Tres
meses más tarde, la crisis financiera comenzó a golpear. Los gobiernos
concedieron a los bancos 2 BILLONES
700.000 DÓLARES, lo que suponía nada más y nada menos que 40 VECES MÁS DINERO QUE HABÍA PEDIDO LA FAO.
Esa es
la voluntad política de acabar con el hambre en el mundo.
Esa
es la voluntad de acabar con esas 60.000 muertes diarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario