martes, 3 de marzo de 2015

EL HITO EDUCATIVO DE LAS MISIONES PEDAGÓGICAS



En el capítulo  6 de la serie “Educación: un problema sin resolver” que traté en este  mismo blog bajo el título  “Un pueblo alfabetizado para un estado democrático”, expliqué la manera en que, con la II República, había sonado la hora de la Enseñanza y el asombroso programa de reformas que la llamada “República de profesores” puso en marcha bajo el lema de que, en palabras del ministro de Instrucción Pública Rodolfo Llopis, “No hay revolución alguna que no haya desembocado en una reforma escolar”.
Hablé allí de las Misiones Pedagógicas que tenían como misión «difundir la cultura general, la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares, con especial atención a los intereses espirituales de la población rural».
Seis meses después de la publicación de este capítulo, se ha llevado a cabo en Murcia la exposición “Las Misiones Pedagógicas en España”, exposición acompañada de diversas actividades, tanto en la capital Murciana como en Molina, Cartagena y Cieza, con ella relacionadas.

Creo que, por este motivo, debería extenderme algo más de lo que lo hice en su momento sobre este apartado del tema de la Educación Republicana.

Mi primera sorpresa al comienzo del reparto de la propaganda de las actividades fue el descubrimiento del elevado número de docentes que ignoraban o sólo tenían una lejana referencia acerca de lo que las Misiones Pedagógicas fueron, a pesar de la relevante importancia de este episodio histórico que fue pionero en Europa y supuso, posteriormente, un ejemplo a seguir en tantos países de América Latina.
Gracias a los misioneros, los habitantes de las zonas rurales recibían una significativa muestra de la cultura española, a través del Museo del Pueblo, el servicio de cine, las Bibliotecas Circulantes, el Teatro del Pueblo, el Servicio de Música  y la formación de maestros y maestras.

La creación de las Misiones Pedagógicas retrata la enorme importancia dada por la II República a la Educación como piedra angular del edificio de la Libertad.
No puedo menos que relacionar el empeño de las autoridades educativas en esta sublime empresa con las convicciones del maestro de “La lengua de las mariposas”, ese D. Gregorio, maestro que no pega, que piensa que la escuela es el camino de la libertad y que defiende con elocuencia sus convicciones, sobre que “Sólo será necesaria una generación educada en libertad para que nuestro pueblo español sea imparable”. Era ése el espíritu de las reformas educativas de la II República, y a ello trataron de contribuir las Misiones Pedagógicas, en las que participaron jóvenes intelectuales, como María Zambrano, Rafael Dieste, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Cándido Fernández Mazas, Antonio Oliver o Carmen Conde.

“No venimos a pediros nada – dijo Manuel Bartolomé Cossío, el presidente
del Patronato en su discurso pronunciado en Ayllón (Segovia), la primera misión – Al contrario; venimos a daros de balde algunas cosas. Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas, donde no se necesita hacer novillos”.
Los misioneros llegaban a los pueblos y, su primera actividad, consistía en extender una sábana blanca sobre una pared, para que sirviera de pantalla en la que proyectar cuatro películas, una de ellas acompañada de una charla. En el servicio de cine cobró enorme relevancia la figura del joven José Val del Omar, que lo mismo hacía de técnico de cine que de fotógrafo, cameraman, proyeccionista, montador o electricista, que filmó más de cuarenta películas y documentales y realizó más de nueve mil fotografías.
Los campesinos y campesinas de cualquier edad acudían a estas actividades que servían como punto de arranque para la realización de las demás, como la de las Bibliotecas Circulantes, a las que se destinaba el 60 % del presupuesto, con el fin de paliar el estado de desierto literario en que nació la II República: no había prácticamente bibliotecas en España, y para comenzar a solucionar el problema se envió medio millón de libros a las aulas más olvidadas. Se llegó con los libros a 5.522 localidades menores de 5.000 habitantes, la mayoría de las cuales eran aldeas de 50, 100 ó 200 habitantes, libros de literatura clásica y contemporánea, Historia, Geografía, Pedagogía, Técnicas agropecuarias o Biografías.
Y si interés demostraron ante el cine o las bibliotecas, no se quedaron atrás las mujeres y hombres del medio rural ante el Teatro del Pueblo. Artífices de este servicio fueron figuras como la de José Plans y Alejandro Casona.
Pasos y entremeses de nuestro teatro clásico se representaban sobre un tabladillo montado por los mismos actores, estudiantes voluntarios que transportaban el atrezzo y vestuario en una camioneta. Obritas que iban acompañadas de un repertorio musical integrado por canciones corales y romances tradicionales.
Pero era imposible llevar el teatro a todas partes, no sólo por las dificultades del transporte, sino por la escasez de personal, por lo que pronto surgió el proyecto de creación de un guiñol que cumpliese las exigencias de un espectáculo culto, sin renunciar a la frescura popular y el desenfado. Surge así el Retablo de Fantoches, con  muñecos fabricados por los propios misioneros.
Para completar estas actividades se crea el Servicio de Música.
Sólo en un año se repartieron 66 gramófonos y 2.155 discos.
Eduardo Martínez Torner elegía las grabaciones y Pablo de Andrés Cobos realizaba las fichas que acompañaban a estas obras universales o de interés general. También a Martínez Torner se debió la creación y dirección del coro que recogía las canciones populares olvidadas o adulteradas por los campesinos y campesinas y conseguía que las volvieran a cantar.

El Museo del Pueblo supuso un intento de acercar el pueblo llano a las obras de los grandes maestros de la pintura española, mediante la exposición circulante de copias de éstas realizadas en su mayor parte por Bonafé, Gaya y Vicente. Fue Ramón Gaya quien estuvo encargado de la coordinación.
Días antes de la llegada de los cuadros, bien embalados y transportados en camionetas, se anunciaba la llegada con carteles. Durante todo el tiempo que duraba la exposición, en un local del pueblo acondicionado por voluntarios, se daba información sobre los autores de las obras y atendían las preguntas o dudas de los asistentes. Por la mañana se visitaba el museo  por las tardes se visionaban proyecciones sobre otros cuadros, e incluso se regalaban, cuando el presupuesto lo permitía, fotografías de los cuadros a los asistentes.

Durante más de ochenta años quienes eran niños y niñas en aquella época estuvieron recordando la llegada de los misioneros a su pequeña aldea, las películas que vieron, las canciones que cantaron y los libros que leyeron.
Pero los jóvenes de hoy ignoran la existencia e importancia de las Misiones Pedagógicas, así como la suerte corrida por los casi seiscientos españoles que habían colaborado directamente con ellas. Algunos misioneros fueron directamente asesinados al estallar la guerra, otros se enrolaron en las Milicias de la Cultura o las Brigadas Volantes y muchos de ellos fueron encarcelados, expedientados o exiliados. Algunos de ellos se integraron en las filas franquistas.
Este proyecto de Solidaridad Cultural se desmanteló tras la guerra civil, pero en América Latina, de la mano de los misioneros exiliados, el modelo desarrollado por la República encontró su continuación en Colombia, Cuba y Uruguay.
Mientras tanto, las alas del águila franquista proyectaron su sombra de incultura sobre España donde un período que aún hoy no se da por concluido. El analfabetismo funcional sigue siendo una gran tara que frena nuestra evolución hacia un mundo de justicia e igualdad.