En el capítulo 6 de la serie “Educación: un problema sin
resolver” que traté en este mismo blog
bajo el título “Un pueblo alfabetizado
para un estado democrático”, expliqué la manera en que, con la II República,
había sonado la hora de la Enseñanza y el asombroso programa de reformas que la
llamada “República de profesores” puso en marcha bajo el lema de que, en
palabras del ministro de Instrucción Pública Rodolfo Llopis, “No hay revolución
alguna que no haya desembocado en una reforma escolar”.
Hablé allí de las Misiones Pedagógicas que
tenían como misión «difundir la cultura general,
la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y
lugares, con especial atención a los intereses espirituales de la población
rural».
Seis meses después de la
publicación de este capítulo, se ha llevado a cabo en Murcia la exposición “Las
Misiones Pedagógicas en España”, exposición acompañada de diversas actividades,
tanto en la capital Murciana como en Molina, Cartagena y Cieza, con ella
relacionadas.
Creo que, por este motivo,
debería extenderme algo más de lo que lo hice en su momento sobre este apartado
del tema de la Educación Republicana.
Mi primera sorpresa al
comienzo del reparto de la propaganda de las actividades fue el descubrimiento
del elevado número de docentes que ignoraban o sólo tenían una lejana
referencia acerca de lo que las Misiones Pedagógicas fueron, a pesar de la
relevante importancia de este episodio histórico que fue pionero en Europa y
supuso, posteriormente, un ejemplo a seguir en tantos países de América Latina.
Gracias a los misioneros, los habitantes de
las zonas rurales recibían una significativa muestra de la cultura española, a
través del Museo del Pueblo, el servicio de cine, las Bibliotecas Circulantes,
el Teatro del Pueblo, el Servicio de Música
y la formación de maestros y maestras.
La creación de las Misiones Pedagógicas
retrata la enorme importancia dada por la II República a la Educación como
piedra angular del edificio de la Libertad.
No puedo menos que relacionar el empeño de
las autoridades educativas en esta sublime empresa con las convicciones del
maestro de “La lengua de las mariposas”, ese D. Gregorio, maestro que no pega,
que piensa que la escuela es el camino de la libertad y que defiende con
elocuencia sus convicciones, sobre que “Sólo será necesaria una generación
educada en libertad para que nuestro pueblo español sea imparable”. Era ése el
espíritu de las reformas educativas de la II República, y a ello trataron de
contribuir las Misiones Pedagógicas, en las que participaron jóvenes
intelectuales, como María Zambrano, Rafael Dieste, Miguel Hernández, Rafael
Alberti, Cándido Fernández Mazas, Antonio Oliver o Carmen Conde.
“No venimos a pediros nada – dijo Manuel
Bartolomé Cossío, el presidente
del Patronato en su discurso pronunciado en Ayllón (Segovia), la primera misión – Al contrario; venimos a daros de balde algunas cosas. Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas, donde no se necesita hacer novillos”.
del Patronato en su discurso pronunciado en Ayllón (Segovia), la primera misión – Al contrario; venimos a daros de balde algunas cosas. Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas, donde no se necesita hacer novillos”.
Los misioneros llegaban a los pueblos y, su
primera actividad, consistía en extender una sábana blanca sobre una pared,
para que sirviera de pantalla en la que proyectar cuatro películas, una de
ellas acompañada de una charla. En el servicio de cine cobró enorme relevancia
la figura del joven José Val del Omar, que lo mismo hacía de técnico de cine
que de fotógrafo, cameraman, proyeccionista, montador o electricista, que filmó
más de cuarenta películas y documentales y realizó más de nueve mil
fotografías.
Los campesinos y campesinas de cualquier
edad acudían a estas actividades que servían como punto de arranque para la
realización de las demás, como la de las Bibliotecas Circulantes, a las que se
destinaba el 60 % del presupuesto, con el fin de paliar el estado de desierto
literario en que nació la II República: no había prácticamente bibliotecas en
España, y para comenzar a solucionar el problema se envió medio millón de
libros a las aulas más olvidadas. Se llegó con los libros a 5.522 localidades
menores de 5.000 habitantes, la mayoría de las cuales eran aldeas de 50, 100 ó
200 habitantes, libros de literatura clásica y contemporánea, Historia, Geografía,
Pedagogía, Técnicas agropecuarias o Biografías.
Y si interés demostraron ante el cine o las
bibliotecas, no se quedaron atrás las mujeres y hombres del medio rural ante el
Teatro del Pueblo. Artífices de este servicio fueron figuras como la de José
Plans y Alejandro Casona.
Pasos y entremeses de nuestro teatro
clásico se representaban sobre un tabladillo montado por los mismos actores,
estudiantes voluntarios que transportaban el atrezzo y vestuario en una
camioneta. Obritas que iban acompañadas de un repertorio musical integrado por
canciones corales y romances tradicionales.
Pero era imposible llevar el teatro a todas
partes, no sólo por las dificultades del transporte, sino por la escasez de
personal, por lo que pronto surgió el proyecto de creación de un guiñol que
cumpliese las exigencias de un espectáculo culto, sin renunciar a la frescura
popular y el desenfado. Surge así el Retablo de Fantoches, con muñecos fabricados por los propios
misioneros.
Para completar estas actividades se crea el
Servicio de Música.
Sólo en un año se repartieron 66 gramófonos
y 2.155 discos.
Eduardo Martínez Torner elegía las
grabaciones y Pablo de Andrés Cobos realizaba las fichas que acompañaban a
estas obras universales o de interés general. También a Martínez Torner se
debió la creación y dirección del coro que recogía las canciones populares olvidadas o adulteradas por los campesinos y
campesinas y conseguía que las volvieran a cantar.
El Museo del Pueblo supuso un intento de
acercar el pueblo llano a las obras de los grandes maestros de la pintura
española, mediante la exposición circulante de copias de éstas realizadas en su
mayor parte por Bonafé, Gaya y Vicente. Fue Ramón Gaya quien estuvo encargado
de la coordinación.
Días antes de la llegada de los cuadros,
bien embalados y transportados en camionetas, se anunciaba la llegada con
carteles. Durante todo el tiempo que duraba la exposición, en un local del
pueblo acondicionado por voluntarios, se daba información sobre los autores de
las obras y atendían las preguntas o dudas de los asistentes. Por la mañana se
visitaba el museo por las tardes se
visionaban proyecciones sobre otros cuadros, e incluso se regalaban, cuando el
presupuesto lo permitía, fotografías de los cuadros a los asistentes.
Durante más de ochenta años quienes eran
niños y niñas en aquella época estuvieron recordando la llegada de los misioneros a su
pequeña aldea, las películas que vieron, las canciones que cantaron y los
libros que leyeron.
Pero los jóvenes de hoy ignoran la
existencia e importancia de las Misiones Pedagógicas, así como la suerte
corrida por los casi seiscientos españoles que habían colaborado directamente
con ellas. Algunos misioneros fueron directamente asesinados al estallar la
guerra, otros se enrolaron en las Milicias de la Cultura o las Brigadas
Volantes y muchos de ellos fueron encarcelados, expedientados o exiliados.
Algunos de ellos se integraron en las filas franquistas.
Este proyecto de Solidaridad Cultural se
desmanteló tras la guerra civil, pero en América Latina, de la mano de los
misioneros exiliados, el modelo desarrollado por la República encontró su
continuación en Colombia, Cuba y Uruguay.
Mientras tanto, las alas del águila
franquista proyectaron su sombra de incultura sobre España donde un período que
aún hoy no se da por concluido. El analfabetismo funcional sigue siendo una
gran tara que frena nuestra evolución hacia un mundo de justicia e igualdad.
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