domingo, 25 de mayo de 2014

UNA REPÚBLICA DE MAESTROS


Cuando acabé mis estudios de Magisterio, no sabía como enseñar.
Sabía de Lengua, Matemáticas, Literatura, Historia… pero no me habían enseñado la manera de transmitir estos conocimientos al alumnado… ni siquiera había aprendido cómo enseñar a leer y escribir. La metodología a aplicar en la escuela la tuve que aprender por mi cuenta, a base de cursos y seminarios no organizados por la Administración, sino por asociaciones pedagógicas, y recurrí a éstas libremente, a causa de mi inquietud por hacer las cosas bien… porque mi finalidad al dedicarme a la Enseñanza, era la de hacer algo totalmente diferente a lo que habían hecho conmigo. Fue esta inquietud la que me impidió hacer lo que muchos maestros y maestras de la época hacían: Explicar el contenido de un tema (lección magistral) y hacer que se lo aprendiesen de memoria.
Obteníamos el título sin saber enseñar, porque a pesar de que en el libro de Pedagogía venían explicados algunos de los principales métodos pedagógicos, algunas técnicas de aprendizaje… no sabíamos llevarlos a la práctica, porque no lo habíamos visto hacer, y durante las prácticas, en las clases de Primaria a las que asistí como observadora, se hacía lo mismo que habían hecho mis maestras conmigo: Explicar, memorizar, preguntar.
Y así se continuó incluso una vez que se puso en marcha la Reforma Educativa de Villar Palasí, sustituyendo la antigua Enseñanza Primaria por la Educación General Básica, pero los maestros y maestras de E.G.B, salvo honrosas excepciones, continuaron dando las clases a la antigua usanza: como se dieron desde el 1939 hasta el 1970. Por eso fracasó en muchos casos la E.G.B.



Volviendo al tema de mis estudios de Magisterio: Teníamos una asignatura llamada “Historia de la Pedagogía”, la estudiábamos en un libro, cuya autora era Consuelo Sánchez Buchón, y al llegar al capítulo de la Historia Contemporánea, se hablaba mucho de los pedagogos extranjeros, pero en el tema de la Enseñanza en España en los albores del siglo XX, se nos hablaba de dos pedagogos, llamados Giner de los Ríos y Joaquín Costa, “miembros de la Institución Libre de Enseñanza, que preconizaban la enseñanza laica y la coeducación, cuyas malsanas ideas fueron adoptadas por el sistema de enseñanza republicano” y de don Rufino Blanco, que “opuso el contrapunto neocatólico a la Institución Libre de Enseñanza y murió víctima de las hordas marxistas durante la gloriosa cruzada del 36”. Pero no aprendimos nada acerca de las metodologías que defendía cada uno de ellos.

Un día, para mi sorpresa, vi en las manos de una profesora un libro titulado “Vida y Educación en Joaquín Costa”, y ante nuestros estupefactos oídos explicó que se estaba reivindicando la figura de este pedagogo, al margen de su ideología política.

Me dediqué a leer acerca de éste y otros pedagogos de la Institución Libre de Enseñanza, y descubrí que mucho de lo que estaba leyendo, ya me sonaba. Y también me sonaba lo que, en años posteriores, aprendí en los cursos sobre nuevas metodologías, en los seminarios de renovación pedagógica, en los cursos de las Escuelas de Verano… Y me sonaba porque mi padre me había hablado de cómo le daba las clases su mejor maestro: Don Feliciano Sánchez Saura, un maestro republicano.


Después de los capítulos anteriores, en que os he venido hablando de la Educación en la etapa pre-republicana, quiero hacerlo hoy acerca de la educación durante la II República, la culminación de las diferentes reformas en materia educativa llevadas a cabo a partir de 1857.
Con el cambio de régimen político, se produjo una revolución en Educación.
El gobierno surgido en 1931, se dio a sí mismo el nombre de “REPÚBLICA DE LOS MAESTROS”, lo que nos viene a demostrar la prioridad que a la Educación le dio la II República Española, por encima de cualquier otro interés.
La constitución de la II República proclamó la escuela única, la gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza primaria, la libertad de cátedra y la laicidad de la enseñanza.
La constitución establecía que los maestros, profesores y catedráticos de la enseñanza oficial tenían que ser funcionarios y que se legislaría en el sentido de facilitar a los españoles económicamente necesitados el acceso a todos los grados de enseñanza, para que no se encontrasen condicionados más que por la aptitud y la vocación.

No esperaron las reformas a la aprobación de la constitución, sino que a la espera de que ésta se aprobara, a los catorce días del primer gobierno, Marcelino Domingo arrancó con
Marcelino Domingo
las reformas en materia educativa, mediante decretos urgentes. Se puso a Unamuno al frente del Consejo de Instrucción Pública, el organismo que haría caminar las reformas, comenzando por plantear el déficit de escuelas primarias. De un informe que realizó la Inspección de Enseñanza Primaria se concluyó la necesidad de crear 27.151 escuelas más (Tan sólo existían 32.680 en todo el estado) Se proyectó la creación paulatina de las que faltaban a un ritmo de 5.000 escuelas por año, excepto durante el primero, que se crearían 7.000.  Pero no era suficiente con la creación de nuevas escuelas. Lo que urgía crear era un tipo nuevo de maestro.
Urgía crear escuelas, pero urgía más crear maestros; urgía dotar a la Escuela de medios para que cumpliera la función social que le está encomendada; pero urgía más capacitar al maestro para convertirlo en sacerdote de esta función; urgía elevar la jerarquía de la Escuela, pero urgía igualmente dar al maestro de la nueva sociedad democrática la jerarquía que merecía haciéndole merecedor de ella.
Para la Republica, la formación de los profesionales de la enseñanza aparece como una de las principales atenciones, pues el maestro ya empieza a ser considerado como el “alma de la escuela”. Y para mejorar esta formación, se implantó lo que se llamó “Plan Profesional”.


Oí por primera vez lo del Plan Profesional en 1975, cuando comencé a trabajar en la Enseñanza Pública. Yo aprobé la Oposición al Cuerpo de Magisterio Nacional por la especialidad de Lengua Española y Francesa. Eso suponía que podía impartir clases de esas asignaturas en la 2ª Etapa de la E.G.B. Para poder dar clase en estos niveles, los maestros y maestras de oposiciones anteriores, tenían que realizar unos cursillos de especialización, pero en el colegio donde comencé mi experiencia, había un maestro que estaba dando clases de Ciencias Sociales en la 2ª etapa, y no había realizado los cursos de especialización ¿Por qué? Porque sus estudios de Magisterio los había cursado dentro del Plan Profesional, o Plan del 1931, y el Ministerio de Educación y Ciencia, cuyo Ministro era Villar Palasí, había decretado, cuando en 1970 se implantó la E.G.B., que los maestros/as del plan de 1931, estaban capacitados para impartir la 2ª Etapa, mientras que los maestros del plan de 1950, no estaban capacitados, y por eso tuvieron que hacer los famosos cursillos de especialización.

Para las autoridades educativas de la II República, la formación de los maestros se basa en tres aspectos importantes:
-       Cultural (se adquirirá en los institutos nacionales de segunda enseñanza)
-       Preparación profesional (se adquirirá en las escuelas normales de Magisterio, para cuyo ingreso será necesario el bachillerato, bachillerato compuesto por 7 cursos más examen de estado)
-       Práctica pedagógica (se realizará en las escuelas nacionales).


 Esta formación se realizaba practicando la coeducación, es decir, se fundían las escuelas normales masculinas y femeninas en escuelas normales mixtas. Además el Gobierno provisional no desatendió otros campos de la educación, reformando también la enseñanza media. Por otro lado, mediante el decreto de 21 de mayo, se estableció la necesidad del titulo de maestro para la enseñanza primaria tanto privada como pública (antes de esto, en la enseñanza privada, no era necesario el título) y el de licenciado para la enseñanza media.

La República se propuso llenar las escuelas con los mejores maestros. Pero los docentes de la época tenían una formación casi tan exigua como su salario. Con Marcelino Domingo (diputado murciano) al frente del Ministerio de Instrucción Pública y Rodolfo Llopis de director general de Primera Enseñanza, se elaboró el mejor Plan Profesional para los maestros que ha existido en nuestra historia. El sueldo miserable de aquellos voluntariosos maestros subió a 3.000 pesetas al tiempo que se organizaban para ellos cursos de reciclaje didáctico, lo que se denominó “Semanas Pedagógicas”


En aquellas Semanas Pedagógicas recibían asesoramiento de los inspectores, para remozar su formación.
La carrera de Magisterio, elevada a categoría universitaria, dignificó la figura del maestro. A los aspirantes se les exigió, desde entonces, tener completo el bachillerato antes de matricularse en las Escuelas Normales, donde se enseñaba pedagogía y había un último curso práctico pagado. Se hizo del maestro la persona más culta, eran los intelectuales de los pueblos y, con toda la precariedad en que vivían, ejercieron de una forma digna.

Otra empresa que acometió el Gobierno, fundamental para consagrar la reforma educativa, fue una nueva ley de instrucción pública. Una ley cuya finalidad seria la de instituir en España la escuela única. Esto suponía que la educación pública debía revestir los siguientes caracteres:

1         La educación pública es una función del Estado. No obstante, puede delegarla en la región, provincia o municipio siempre que éstas justifiquen solvencia económica y cultural. Por otra parte, se acepta la existencia de la enseñanza privada, siempre que no persiga fines políticos o confesionales partidistas.
2         La educación pública debe ser laica. La escuela debe limitarse a dar información sobre historia de las religiones, con especial atención a la religión católica. Si las familias lo solicitan, el Estado podrá facilitar medios para la educación religiosa, pero siempre fuera de la escuela.
3         La educación pública debe ser gratuita, especialmente en las enseñanzas primaria y media. La educación universitaria debe reservar un 25% de matriculas gratuitas.
4          La educación pública debe tener un carácter activo y creador.
5         La educación pública debe tener un carácter social. No debe ser un centro aislado de la comunidad social, debiendo insertarse en ésta y mantener relaciones con padres, entidades profesionales y culturales, etc.…
6         La educación pública se desenvuelve en tres grados:
        1er grado: comprende dos periodos →uno, voluntario y de carácter preescolar para niños de 4-6 años. Otro obligatorio, para niños de 6-12 años.
        2º grado: comprende dos ciclos → uno, de 12-15 años, concebido como ampliatorio de la educación básica. Otro de 15-18 años, concebido como preparatorio de la educación superior.
     3er grado: corresponde a la educación universitaria y se divide en dos ciclos correlativos a la licenciatura y al doctorado.


Con aquellos mimbres comenzó a tejerse un sistema educativo que puso el énfasis en el alumno, le hizo protagonista de las clases y de su formación. Los críos salían al campo para estudiar ciencias naturales, se trató de sustituir los monótonos coros infantiles recitando lecciones de memoria por el debate participativo y pedagógico; los niños y las niñas se mezclaron en las mismas aulas, donde se educaban en igualdad, y se favoreció un tránsito sin sobresaltos desde el parvulario a la universidad.

Con estos sólidos cimientos  se podía comenzar a construir el edificio de una nueva sociedad. Las nuevas generaciones tenían asegurada una buena base cultural, unos conocimientos germen del desarrollo de su persona. Y a partir de estos cimientos… ¿Cómo llegaría a ser el resultado final de este edificio que se pretendía construir?
Dejémoslo, de momento, en suspenso, ante el temor de alargarnos demasiado para este capítulo.

La próxima vez continuaremos hablando de la manera en que se afrontó el reto del analfabetismo, de las funciones de las Misiones Pedagógicas, de la Inspección de Enseñanza, de los sectores que se opusieron a estas reformas, de cómo se abordó la enseñanza durante la guerra, y de la manera en que se entendió la educación durante los primeros años del franquismo… pero eso será la próxima vez.

viernes, 9 de mayo de 2014

¿PARA QUIÉN TRABAJA EL REY JUAN CARLOS?

Copio este artículo de Juan Torres, al que me he permitido unir algunas caricaturas que, con todo mi amor, dedico a lxs monárquicxs.


 ¿Para quién trabaja el rey Juan Carlos?
Artículo de Juan Torres

Publicado en Público.es el 4 de mayo de 2014
Diversos medios de comunicación han publicado unas declaraciones de la Casa Real afirmando que la popularidad del rey crece gracias a los viajes que está realizando por Oriente Medio después de haber estado varias semanas inactivo.
En ningún caso se indica cuál es la fuente de ese conocimiento, de modo que no se le puede conceder mucho fundamento a lo que dicen los portavoces del monarca. Pero, en todo caso, que suba o baje su popularidad es lo de menos, aunque bien es verdad que haberla dilapidado refleja que su modo de vida y su comportamiento personal y político es rechazado por una parte importante de los españoles. Lo que me parece más relevante es que apenas se habla del tipo de actividad que realiza y de a quién benefician estos desvelos que supuestamente le proporcionan renovado crédito popular.
A mi juicio, la actividad del rey en Oriente Medio es francamente censurable y debería exigirse que acabe con ella por varias razones.
Su labor en aquellos países pasa por alto que los regímenes de quien busca favores son posiblemente las dictaduras más crueles y sanguinarias del mundo. Es una auténtica vergüenza y una inmoralidad que para conseguir que unos cuantos grandes empresarios ganen dinero se convalide la falta de democracia y el pisoteo de los derechos humanos que hay en las dictaduras del Golfo. Si a los grandes empresarios les da igual que en los países donde hacen negocio no haya la más mínima libertad es su problema, pero no se puede consentir que nuestro Jefe del Estado se convierta en el principal defensor, amigo y cómplice de los dictadores más corruptos del planeta. Y es particularmente condenable que la promoción de esos negocios por parte del rey se haga sin ningún tipo de mención a las condiciones en las que trabajan y van a trabajar miles de seres humanos en aquellos países.

El rey no parece tener en cuenta tampoco que los intereses a los que responden los negocios de esas empresas no se pueden confundir con los intereses de toda España. Es más, los grandes empresarios a quienes abre camino en esas dictaduras son el paradigma de la falta de patriotismo.
Son los mayores evasores y defraudadores del Reino, los que han destrozado nuestra economía y el tejido productivo, los que no saben hacer dinero si no es a base de privatizar beneficios y de socializar pérdidas. Son los que más empleo han destruido en España y los generadores de daños ambientales que quizá ya nunca podamos reparar. Coaligándose sólo con ellos, el monarca hace un flaco servicio a los intereses nacionales. Y es bastante improbable, además, que los negocios que esas empresas hacen fuera de España reviertan en una mejor condición económica de nuestro país o en mejores niveles de bienestar de la población en su conjunto.
Incluso dando por bueno que los intereses de los grandes empresarios merezcan también ser defendidos por un rey que se presenta como de todos los españoles, lo censurable es que los demás no cuentan nunca con la cercanía y el esfuerzo que con los más ricos despliega el monarca.
No hemos visto nunca al rey reunirse con plataformas de desahuciados, y mucho menos ni siquiera mencionar que en España existe ese problema; ni con grupos de desempleados; ni con los afectados por los fraudes bancarios; ni con los manifestantes que reclaman que no se pierdan derechos. ¿No son todas estas personas también españoles que merecen el apoyo, la comprensión, el afecto, la solidaridad y el trabajo del rey?
¿Acaso sólo son españoles y merecedores del apoyo del rey los grandes empresarios y banqueros o quienes simpatizan o defienden las ideas del PP que los representa políticamente? ¿No somos españoles quienes criticamos las políticas que se vienen aplicando, los que estamos indignados por todo lo que pasa, los que luchan en las calles, en empresas, en sus oficinas o en sus universidades para que España no empeore día a día?

Por muy fuerte que sea decirlo, lo cierto es que, actuando como actúa, trabajando a favor de unos pocos y no de todos, el rey traiciona a una buena parte de los españoles, y por tanto a España en su conjunto.
Da vergüenza e indigna el silencio de un rey, además militar que ha jurado defender la integridad de su Patria, cuando fuerzas y poderes extranjeros pisotean nuestra soberanía y no permiten que el pueblo soberano decida sobre sus destinos. ¿Qué entiende, entonces, el rey Juan Carlos que es defender a la Patria? ¿Para qué sirve tanto ondear banderas si se calla cuando se está condenando al paro y a la pobreza a millones de compatriotas, cuando se está acabando con avances sociales que costaron tanto esfuerzo, si no importa que unos pocos se lleven nuestra riqueza y destruyan nuestras fuentes de ingresos a base de engaños y robos? ¿Cómo puede hablar el rey de patriotismo y sentirse patriota cuando ampara a quienes son responsables del 75% del fraude fiscal, a quienes han engañado a cientos miles de españoles, o a los que admiten sin rechistar que quien manda de verdad en España es Merkel y los banqueros y no quienes han elegido los ciudadanos?
Si el rey se empeña en seguir siendo así y estando solo con los de arriba, es hora de pedir que se vaya. Y si quiere ser coherente con lo que tanto dice, debería empezar a dar muestras de que se preocupa y de que trabaja también por los de abajo.