viernes, 21 de diciembre de 2012

DEL SOLSTICIO A LA NAVIDAD





El 21 de diciembre (o el 22 algunos años) tiene lugar el Solsticio de invierno, la noche más larga y el día más corto del año.

Coincide, con pocos días de diferencia, con la Navidad de los pueblos cristianos, y muchos de los ritos de uno y otro acontecimiento coinciden y se llegan a confundir.
La forma de celebrarlo varía según los lugares.


Así, en el Medio Oriente, se vela con el fin de evitar la influencia de los malos espíritus; durante toda la noche se mantiene encendida una fogata, mientras que se come sandía, frutos secos y granada. En la antigua Persia se celebraba, a la mañana siguiente, el nacimiento de Mithra, el ángel de luz y verdad. 


En la cultura celta, el solsticio de invierno, momento en que la rueda del año está en su momento más bajo, preparada para subir de nuevo, recibe el nombre de Yule, y era costumbre celebrarlo con bailes y fiestas. 
El solsticio de invierno suponía el renacimiento del dios del sol, ya que los días se van haciendo más largos a partir de esa fecha.



En Escandinavia se sacrificaba un cerdo en honor de Frey, dios del amor y la fertilidad, controlador del tiempo y de la lluvia. Era tradicional, en muchos países de Europa, quemar el tronco de un árbol muy grande, que ardía lentamente durante toda la temporada de celebraciones en honor del nacimiento del nuevo sol, y guardar las cenizas para alejar a los malos espíritus o fertilizar los campos para la siembra.

¿Por qué quemar un tronco?. Dentro de la tradición celta ocupaba un lugar preferente el culto a los árboles que simbolizaban el poder. Los bosques sagrados servían como templo a los germanos... Entre los galos, los druidas - sacerdotes guardianes de las tradiciones - siguiendo un rito sagrado, recogían, el muérdago sobre un árbol sagrado: la encina.


En cuanto a la antigua Roma, las Saturnalias, o fiestas en honor de Saturno, se celebraban entre los días 17 y 23 de diciembre. Se conmemoraba el reinado del dios Saturno, que tuvo lugar sobre Roma en la Edad de Oro, la época en la que se producía abundantemente y no había guerras ni discordia.
La fiesta era una celebración del fin de las tinieblas y el comienzo de un nuevo año.
La semana de las fiestas de la Saturnalia se celebraba con comilonas y bebida; durante esa semana, en una inversión del orden social, los esclavos desempeñaban los altos cargos del estado, se convertían en amos y eran servidos por éstos. Era tradicional el intercambio de regalos, preferentemente de plata. 


Estas fiestas se continuaron conmemorando hasta los albores de la Edad Media, donde las Saturnalias también se celebraban en las iglesias, en una época en que existía una gran libertad en el uso de los templos.
Reinando Constantino el Grande, en el año 345 después de Cristo, la Iglesia propuso el 25 de diciembre para celebrar el nacimiento del Salvador, coincidiendo con la celebración romana del Sol Invictus


Probablemente los papas eligieron el 25 de diciembre como fecha de conmemoración del nacimiento de Jesús, para que los fieles prestasen menos atención a las fiestas paganas del solsticio de invierno y más a las celebraciones religiosas. 
De ese modo, la Navidad vino a ocupar el lugar que todavía llenaban esas fiestas saturnales y otras propias del invierno de Roma.
Sólo se celebraba esa fecha en Occidente, porque la Iglesia de Oriente, sin embargo, adoptó el 6 de enero; pero la influencia de San Juan Crisóstomo, padre de la Iglesia de Oriente y patriarca de Alejandría, y de San Gregorio Nacianceno, teólogo amigo de San Basilio hizo que se adoptara el 25 de diciembre, igual que en Occidente.



En la actualidad, durante las celebraciones de Navidad y Año Nuevo, continúan manteniéndose ritos basados en las antiguas conmemoraciones del solsticio de invierno, como los pasteles de chocolate en forma de tronco que se comen hoy en día, o el típico árbol de Navidad, de claro origen celta, o las fiestas de los obispillos, el Bibestó de Monserrat, la fiesta del Rollo, el obispo de los locos o el abat de los locos de los días 6 o 28 de diciembre, que han subsistido en los pueblos españoles como residuos de las antiguas Saturnalias. 









martes, 4 de diciembre de 2012

DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS. ARTÍCULO 4

Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre; la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas.

lunes, 3 de diciembre de 2012

domingo, 2 de diciembre de 2012

DE SHAHRAZAD A MALALA



Durante la preparación para el pasado 25 de noviembre de la concentración en repulsa de la Violencia contra la Mujer, las compañeras de la Plataforma 8 de marzo, de Cartagena, me pidieron que participase con la lectura de algún escrito, bien acerca del tribunal que no vio acoso sexual en el caso del jefe que daba palmadas en las nalgas y se rozaba contra dos empleadas, bien sobre Malala Yousafzai, la niña de 14 años herida por los talibanes por defender su derecho a estudiar.
Me decidí por este segundo tema, y a la luz del artículo de Rosa Montero, "Malala para siempre", aparecido en el Semanal del periódico "El País", en el que, tras el subtítulo destacado "Malala aspira al poder sanador y constructor del conocimiento y la palabra", establecía una correspondencia entre el caso de la real Malala y de la mítica Shahrazad, me animé a escribir estas líneas:





Hace años se publicó en Francia un libro titulado “Shahrazad no era marroquí”. Se hacía referencia en esta obra a la manera en que en Marruecos se estrangulaba cualquier aspiración de una mujer de acceder al mundo del conocimiento.

Malala, como Sherezade, también aspira al saber. Y a Malala, como a la mayoría de mujeres de su entorno, se le niega el acceso a la cultura.

Malala es una niña de tan sólo trece años, que ya sabe del sufrimiento mucho más, muchísimo más de lo que saben santísimas mujeres adultas del mundo occidental.

Porque los talibanes, que no pueden soportar el coraje de esta niña-mujer que reclama con energía su derecho y el de otras niñas a entrar en el mundo de la cultura, su derecho y el de otras niñas a atrapar el conocimiento, su derecho y el de otras niñas a asistir a la escuela, la intentaron asesinar metiéndole una bala en la cabeza.




A Malala tienen que reconstruirle el cráneo y la mandíbula, y quizás le queden secuelas por esa bala que le entró por encima del ojo, le atravesó el maxilar y acabó en su hombro.
Malala necesitará tratamiento para intentar paliar el daño psíquico que le ha producido el odio de estos hombres que tienen miedo a las mujeres.

Porque el machista es un hombre con miedo: miedo a las mujeres que saben, miedo a las mujeres que luchan, miedo a las mujeres que aman, miedo a las mujeres que comparten, miedo a las mujeres que ejercen su libertad, miedo a cualquier mujer, porque sospechan que ellas valen más que ellos, y esa envidia que sienten ante el poder femenino no la pueden sofocar más que con el uso de la violencia. De una violencia que les lleva a encerrarlas en sus casas, o a esconder sus rostros, o a golpearlas, o a violarlas, o a insultarlas,  o a impedirles que puedan aprender… porque una mujer ignorante les parece que es menos mujer, y si es menos mujer, supondrá – piensan ellos -  una menor amenaza para la hegemonía masculina.
Por eso hay que impedir que las niñas vayan a la escuela. Y si una niña es lo suficientemente mujer como para ejercer manifestarse reclamando, reivindicando su derecho y el de las demás niñas, de las demás mujeres, a estudiar, hay que acabar con ella, hay que suprimirla, hay que borrarla del mapa.
Por eso, Malala, te han disparado, por eso, Malala, han intentado asesinarte, porque una mujer que sabe es peligrosa, porque una mujer que exige sus derechos pone en peligro de extinción el régimen patriarcal, y ellos tienen miedo, miedo de que se demuestre lo poco que son.



FOTOS DE LA ACTIVIDAD
 DEL DÍA 25 DE NOVIEMBRE
EN LA PLAZA DEL ICUE: