sábado, 1 de agosto de 2015

VILLAR PALASÍ Y LA LEY GENERAL DE EDUCACIÓN


En el capítulo 8 de esta serie, cité, como ejemplo de la importancia que el franquismo diera a la educación, el sueldo de un maestro/a, que en 1960 era un tercio del que se cobrara tres décadas antes.
Un indicativo más entre tantos que manifestaban nuestras diferencias con los países europeos, en los que la importancia del maestro/a quedaba patente en sus remuneraciones y en el prestigio social de que gozaba.

Y la poca importancia dada a la educación en nuestro país, aún hoy en día, se observa al comparar en los presupuestos generales del estado el porcentaje que destinamos a la educación, con el que destinan nuestros vecinos más cercanos.
Con la llegada del siglo XX, la escolarización de la totalidad de jóvenes de ambos sexos se convierte en objetivo prioritario de los pueblos civilizados, y en aquéllos en los que a finales del siglo XIX se alcanza la universalización de la enseñanza primaria, se generaliza, además, durante el siglo XX, el acceso a la etapa secundaria, que pasa así a considerarse como parte integrante de la educación básica, considerándose, en la segunda mitad del siglo XX, que la educación es un derecho propio de todos los ciudadanos y ciudadanas, y a finales de la centuria, una vez reconocido ese derecho, se plantea un nuevo desafío a la sociedad: tratar de conseguir que esa educación, que ya se ha generalizado, se pueda ofrecer en condiciones de alta calidad a toda la ciudadanía, sin distinciones.
En España, sin embargo, fue tardía la generalización de la educación básica, y al contrario que en Francia, donde al mismo tiempo de aprobarse la enseñanza  básica obligatoria, se aprobaron los presupuestos para la construcción de nuevos centros educativos, en nuestro país se decreta la obligatoriedad de la enseñanza primaria, sin prevenir los medios para ello. La ley de 1964 extiende la obligatoriedad escolar desde los seis hasta los catorce años, pero hubo que esperar hasta mediados de la década de los ochenta para que la normativa se hiciera realidad.
José Luis Villar Palasí

La modernización de la Educación llegó bajo el título de unas siglas, LGE, de la mano del ministro José Luis Villar Palasí, marcando un año, 1970, como el punto de partida del cambio educativo.
El “plan nuevo” como se le llamaba popularmente, contó con mayor número de detractores que de seguidores, y marcó un antes y un después en la historia de la educación española, y si bien es cierto que el nuevo sistema educativo tenía como fin la revitalización del aparato ideológico del estado, adaptándolo a las nuevas exigencias del sistema capitalista, hay que reconocer que supuso una modernización del sistema, y que la nueva normativa, en su momento, proveyó a quienes abogaban por una educación diferente la necesaria coartada para la puesta en marcha de nuevas metodologías y un marco legal al que poder ceñirse los diferentes movimientos de renovación pedagógica que a partir de la década de los sesenta habían comenzado a renacer.

José Luis Villar Palasí, perteneciente al sector demócrata-cristiano del régimen, fue nombrado por Franco Ministro de Educación y Ciencia en 1968, en sustitución de Lora Tamayo, cuyo mandato estuvo constantemente marcado por los enfrentamientos con los estudiantes universitarios.
El Ministerio de la época de Villar Palasí se caracterizó por la elaboración de la LEY GENERAL DE EDUCACIÓN Y FINANCIACIÓN DE LA REFORMA EDUCATIVA, necesaria, según él, para “evitar los múltiples defectos en la enseñanza española” y se inició con la creación, en 1969, de un libro blanco, donde se analizaba el sistema educativo y los recursos de que se disponía.

La LGE, cuyo eje fue la EGB, fue un factor de modernización del sistema educativo y un punto de inflexión entre el franquismo y la democracia.
Con esta ley se daba gratuidad a la escuela primaria y fue un primer paso para la secularización. Mostraba una ambición pedagógica: nuevas metodologías, nuevas materias, mayor calidad... Y destaca el intento por dotar de igualdad de oportunidades a los futuros estudiantes. Por desgracia muchos de estos avances no se aplicaron hasta después del 1978.

Sus principales medidas fueron:
1.    Educación gratuita y obligatoria desde los 6 a los 14 años (E.G.B.). Intentaba romper con la restricción de la enseñanza secundaria.
2.    Un nuevo bachillerato con materias mixtas (letras y ciencias) (B.U.P)
3.    Una nueva Formación Profesional (F.P.)
4.    La creación de la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
5.    La consideración del proceso educativo desde la educación permanente.
Esta ley suponía la reforma de TODO EL SISTEMA EDUCATIVO, desde la educación preescolar a la universitaria, adaptándolo a las necesidades de escolarización. Como viene siendo habitual en nuestro país, la ley no estuvo dotada de los recursos económicos necesarios
Ministerio de Educación y Ciencia

Además, los sectores más inmovilistas del franquismo no quisieron comprender la intención de adaptar, por medio de la modernización de la educación, la hegemonía ideológica a los nuevos tiempos del sistema oligárquico-financiero; por el contrario, el nuevo sistema les pareció innecesario, atrevido y peligroso.
Por todas estas causas, la Ley General de Educación se promulgó con múltiples recortes y añadidos de tendencia dogmática, por lo que pronto hubo que empezar a parchear con disposiciones aclaratorias su contenido.
Pues bien, aun así, supuso una auténtica revolución en la enseñanza. Y desde antes, incluso, de ser promulgada: la publicación del Libro Blanco de la Educación, en febrero de 1969 supuso la ruptura de los modelos de trabajo clásicos, pues por primera vez en treinta años, el gobierno se enfrentaba a su propio pasado, con una crítica a la estructura educativa existente, base para la búsqueda de soluciones adecuadas a los problemas.
Quienes nos encontrábamos cursando los estudios de Magisterio por aquel entonces, y tuvimos que leernos el llamado Libro Blanco, no acertábamos a concluir que nos encontrábamos en los umbrales de un cambio tan importante. Fue después, en el momento de poner en práctica las cuestiones concretas en que cristalizaba el proyecto, cuando comenzamos a sentirnos como parte importante de ese proceso revolucionario que la LGE supuso para los españolitos y españolitas de a pie.
Difícil de asimilar esto para aquella gente que había sido educada en la enseñanza memorística y represiva, con total ausencia de creatividad, personas en que no se había fomentado el pensamiento crítico, sino ahogado desde antes de que en ellas surgiera, y que contemplaban, atónitas, que sus hijos e hijas eran educadas de una manera tan diferente a aquélla en la que ellas lo habían sido. Nada, no entendían absolutamente nada, y como tan frecuente es en el pueblo español, que denosta cuanto se siente incapaz de comprender, así hizo con el llamado “plan nuevo”, y quienes no tenían ni idea de lo que era la educación se erigieron en eruditos en la materia, criticando algo sobre lo que no tenían conocimiento, asegurando que era innecesario el cambio, y que cómo el gobierno adoptaba un plan que ya hacía dos años que en Francia se había retirado. 

 En el plan de 1970 se destacaba la existencia, en la base del sistema, de la grave discriminación que suponía la existencia de dos niveles distintos de educación primaria, dividiéndose la población escolar entre quienes abandonaban la primaria a los diez años e ingresaban en la enseñanza media, y el resto (alumnado de “cultura general”), que la prolongaba hasta los catorce. Se consideraba un paso muy brusco para la madurez del niño o niña acceder con la temprana edad de diez años al Bachillerato Elemental, y se criticaba la temprana separación entre bachillerato de Ciencias y de Letras. En cuanto a la Formación Profesional denunciaba que los planes de estudio no se sincronizaban con el bachillerato ni conectaban con otros niveles educativos ¿Y qué decir de las enseñanzas universitarias? El Libro Blanco ponía de relieve, no sólo la imposibilidad de reingreso en la Universidad desde el mundo laboral, sino la total desvinculación de los estudios universitarios con las enseñanzas de los niveles educativos anteriores, la inoperancia de una universidad en que no se investigaba, y las dificultades para llegar a ella a los hijos e hijas de las clases trabajadoras.

Si todo esto se exponía en la primera parte del Libro Blanco, la segunda parte del documento iba destinada a sentar los principios en que se inspiraba la reforma pretendida, pero este aspecto será mejor tratarlo en un capítulo posterior.