Fin de viaje, Noche y día, El cuarto de Jacob,
La señora Dalloway, Al faro, Las olas, Orlando, Los años, Entre actos… cualquiera de las
novelas de Virginia Wolf es un testimonio de la reacción de su conciencia
frente a los temas sociales y políticos de su tiempo.
La hija del
crítico e historiador sir Leslie Stephen nació en Londres en 1882, creciendo en un ambiente frecuentado
por literatos, artistas e intelectuales y marchando a los 23 años a vivir con
su hermana Vanessa y sus dos hermanos, tras el fallecimiento de su padre. Su
hermana, pintora, se casó con el crítico Clive Bell, y por su casa del barrio de
Bloomsbury pasaron, no sólo los amigos del matrimonio, sino también los
antiguos compañeros universitarios de su hermano mayor, entre los que figuraban
intelectuales de la talla del escritor E. M. Forster, el economista J. M.
Keynes y los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, lo que sería
conocido como el grupo de Bloomsbury, al que pertenecía Leonard Woolf, un economista
judío de bajo rango social y económico, con el que se casó al cumplir los 30
años y con quien fundó en 1917 la célebre editorial Hogarth Press, que editó la
obra de la propia Virginia y la de otros relevantes escritores, como Katherine
Mansfield, T. S. Eliot o S. Freud.
Leonard Woolf |
Virginia
Wolf escribió hasta su muerte, en 1941,
rompiendo los moldes narrativos de la novelística inglesa anterior, llamando la
atención la maestría de su técnica y su afán experimental, introduciendo en la
novela un estilo y unas imágenes hasta entonces más propios de la poesía.
Pero
Virginia no fue sólo una escritora de vanguardia, sino una feminista y
pacifista convencida, que no demostró ninguna reserva en ponerse del lado de
las mujeres, que se enorgullecía de ponerse en el lugar de las marginadas, que
pensaba que el hecho de ser mujer obligaba a la práctica de una ética
determinada.
Virginia
capta las angustias superficiales y profundas de su época y responde con
verdades incuestionables a la desigualdad entre hombres y mujeres y a la
injusticia del poder patriarcal que mostraba su más violento rostro en esos
años en los que, mientras ella escribía, Hitler tomaba el poder, Japón invadía
China, Mussolini, Abisinia, y Franco asediaba Madrid.
En 1931
comenzó su búsqueda de datos ¿cómo puede una mujer parar una guerra? Para la
gestación de su libro “Tres guineas”. En 1937, el hijo de su hermana Vanesa,
anunció que partiría hacia España, con las Brigadas Internacionales, para
combatir el fascismo. Mientras trataba de disuadir a su sobrino de su viaje, se
encendía dentro de ella el fuego que le impelía a la publicación de ese nuevo
libro; pensaba que, en el joven, más que el ideal, lo que pesaba era una
equivocada idea de la virilidad. Pero Julián salió para España, uniéndose a la
Cruz Roja, para morir mes y medio después, al ser alcanzado por una granada. Al
año siguiente, 1938, “saltó fuera de ella el ensayo político “Tres guineas” en
el que exponía la idea de la conexión entre la guerra y el maltrato a las
mujeres, en un análisis claro, lleno de luz e incuestionable. Aunque el libro
no fue bien acogido, recibió numerosas cartas de gente desconocida que aprobaba
su denuncia de la complicidad entre patriarcado, fascismo y guerra. La Segunda
Guerra Mundial dio comienzo en septiembre de 1939.
Durante su
vida fueron muy comentados sus cambios de humor, así como sus crisis nerviosas
y las depresiones que sufrió a raíz de la muerte de su madre, del fallecimiento
de su hermana Stella y de la pérdida de su padre. Hoy sabemos que estos
trastornos y las enfermedades a ellos asociadas formaban parte de lo que, en
nuestros días, se conoce como trastorno bipolar, y que los modernos eruditos,
entre los que se encuentra su sobrino y biógrafo Quentin Bell, consideran que
vendría influido por los abusos sexuales que, tanto ella como su hermana
Vanessa, sufrieron a manos de sus medio hermanos George y Gerald Duckwort, y que
son narrados por la propia escritora en su texto autobiográfico “A Sketch of
the Past”, si bien de manera velada, de acuerdo con la rígida moral de la época
victoriana.
Su niñez y
adolescencia habían sido marcadas por la vergüenza. Virginia recordaba que se
había avergonzado de su cuerpo, y lo terrible que había sido ser una mujer y
avergonzarse de ello, hasta que aprendió de Vita Sackville-West que se podían invertir
los valores.
Virginia y Leonard |
Con su
marido Leonard, que no sólo apoyó siempre ampliamente a su esposa, sino que le
permitió vivir proporcionándole la vida y atmósfera que precisaba para
escribir, compartió lazos muy fuertes, comentados por Virginia en su diario, en
el que hablaba de que después de 25 años no podían tolerar estar separados y
que era el suyo un matrimonio completo, pero
la ética del grupo de Blomsbury estaba en contra de la exclusividad sexual, y
así, al conocer a la esposa de Harold
Nicolson, Vita, también escritora como ella, tras un comienzo tentativo,
entablaron una relación sexual que duró casi toda la década de los veinte, y de
la que continuó siendo amiga después de que concluyera su romance.
Vita le
enseñó que se podía ser una mujer y amar como un hombre, vivir como un hombre,
gozar como un hombre. Pero después de un tiempo, esto no era suficiente. De la
combativa sufragista, su amiga Ethel Smyth, aprendió que se podía desear más,
no sólo la igualdad y las mismas oportunidades, sino la diferencia de ser mujer
y exaltar esa diferencia. Y así escribió “Una habitación propia”, que junto con
“Tres guineas” constituye una de sus dos mejores obras de no ficción, en la que
examina las dificultades con que las escritoras e intelectuales tienen que enfrentarse,
porque los hombres tienen un poder legal y económico desproporcionado y expone
sus ideas sobre el futuro de las mujeres en la educación y la sociedad, destacando la construcción social de la identidad femenina.
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