viernes, 8 de febrero de 2013

VIRGINIA WOOLF




Fin de viaje, Noche y día, El cuarto de Jacob, La señora Dalloway, Al faro, Las olas, Orlando, Los años, Entre actos…  cualquiera de las novelas de Virginia Wolf es un testimonio de la reacción de su conciencia frente a los temas sociales y políticos de su tiempo.

La hija del crítico e historiador sir Leslie Stephen nació en Londres  en 1882, creciendo en un ambiente frecuentado por literatos, artistas e intelectuales y marchando a los 23 años a vivir con su hermana Vanessa y sus dos hermanos, tras el fallecimiento de su padre. Su hermana, pintora, se casó con el crítico Clive Bell, y por su casa del barrio de Bloomsbury pasaron, no sólo los amigos del matrimonio, sino también los antiguos compañeros universitarios de su hermano mayor, entre los que figuraban intelectuales de la talla del escritor E. M. Forster, el economista J. M. Keynes y los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, lo que sería conocido como el grupo de Bloomsbury, al que pertenecía Leonard Woolf, un economista judío de bajo rango social y económico, con el que se casó al cumplir los 30 años y con quien fundó en 1917 la célebre editorial Hogarth Press, que editó la obra de la propia Virginia y la de otros relevantes escritores, como Katherine Mansfield, T. S. Eliot o S. Freud.
Leonard Woolf

Virginia Wolf escribió  hasta su muerte, en 1941, rompiendo los moldes narrativos de la novelística inglesa anterior, llamando la atención la maestría de su técnica y su afán experimental, introduciendo en la novela un estilo y unas imágenes hasta entonces más propios de la poesía.

Pero Virginia no fue sólo una escritora de vanguardia, sino una feminista y pacifista convencida, que no demostró ninguna reserva en ponerse del lado de las mujeres, que se enorgullecía de ponerse en el lugar de las marginadas, que pensaba que el hecho de ser mujer obligaba a la práctica de una ética determinada.

Virginia capta las angustias superficiales y profundas de su época y responde con verdades incuestionables a la desigualdad entre hombres y mujeres y a la injusticia del poder patriarcal que mostraba su más violento rostro en esos años en los que, mientras ella escribía, Hitler tomaba el poder, Japón invadía China, Mussolini, Abisinia, y Franco asediaba Madrid.


En 1931 comenzó su búsqueda de datos ¿cómo puede una mujer parar una guerra? Para la gestación de su libro “Tres guineas”. En 1937, el hijo de su hermana Vanesa, anunció que partiría hacia España, con las Brigadas Internacionales, para combatir el fascismo. Mientras trataba de disuadir a su sobrino de su viaje, se encendía dentro de ella el fuego que le impelía a la publicación de ese nuevo libro; pensaba que, en el joven, más que el ideal, lo que pesaba era una equivocada idea de la virilidad. Pero Julián salió para España, uniéndose a la Cruz Roja, para morir mes y medio después, al ser alcanzado por una granada. Al año siguiente, 1938, “saltó fuera de ella el ensayo político “Tres guineas” en el que exponía la idea de la conexión entre la guerra y el maltrato a las mujeres, en un análisis claro, lleno de luz e incuestionable. Aunque el libro no fue bien acogido, recibió numerosas cartas de gente desconocida que aprobaba su denuncia de la complicidad entre patriarcado, fascismo y guerra. La Segunda Guerra Mundial dio comienzo en septiembre de 1939.

Durante su vida fueron muy comentados sus cambios de humor, así como sus crisis nerviosas y las depresiones que sufrió a raíz de la muerte de su madre, del fallecimiento de su hermana Stella y de la pérdida de su padre. Hoy sabemos que estos trastornos y las enfermedades a ellos asociadas formaban parte de lo que, en nuestros días, se conoce como trastorno bipolar, y que los modernos eruditos, entre los que se encuentra su sobrino y biógrafo Quentin Bell, consideran que vendría influido por los abusos sexuales que, tanto ella como su hermana Vanessa, sufrieron a manos de sus medio hermanos George y Gerald Duckwort, y que son narrados por la propia escritora en su texto autobiográfico “A Sketch of the Past”, si bien de manera velada, de acuerdo con la rígida moral de la época victoriana.

Su niñez y adolescencia habían sido marcadas por la vergüenza. Virginia recordaba que se había avergonzado de su cuerpo, y lo terrible que había sido ser una mujer y avergonzarse de ello, hasta que aprendió de Vita Sackville-West que se podían invertir los valores.

Virginia y Leonard

Con su marido Leonard, que no sólo apoyó siempre ampliamente a su esposa, sino que le permitió vivir proporcionándole la vida y atmósfera que precisaba para escribir, compartió lazos muy fuertes, comentados por Virginia en su diario, en el que hablaba de que después de 25 años no podían tolerar estar separados y que era el suyo un matrimonio completo,  pero la ética del grupo de Blomsbury estaba en contra de la exclusividad sexual, y así, al conocer a  la esposa de Harold Nicolson, Vita, también escritora como ella, tras un comienzo tentativo, entablaron una relación sexual que duró casi toda la década de los veinte, y de la que continuó siendo amiga después de que concluyera su romance.
Vita le enseñó que se podía ser una mujer y amar como un hombre, vivir como un hombre, gozar como un hombre. Pero después de un tiempo, esto no era suficiente. De la combativa sufragista, su amiga Ethel Smyth, aprendió que se podía desear más, no sólo la igualdad y las mismas oportunidades, sino la diferencia de ser mujer y exaltar esa diferencia. Y así escribió “Una habitación propia”, que junto con “Tres guineas” constituye una de sus dos mejores obras de no ficción, en la que examina las dificultades con que las escritoras e intelectuales tienen que enfrentarse, porque los hombres tienen un poder legal y económico desproporcionado y expone sus ideas sobre el futuro de las mujeres en la educación y la sociedad, destacando la construcción social de la identidad femenina.

 Tras una vida intensa, tanto desde el punto de vista personal como literario, tras acabar el manuscrito de “Entre actos”, su última novela, que fue publicada póstumamente, padeció una nueva depresión. El estallido de la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de su casa de Londres por los bombardeos de la Luftwaffe y la indiferencia con que se acogió su biografía de su amigo Goger Fry, contribuyeron a empeorar su estado. El 28 de mayo de 1941 puso fin a su vida, llenando de piedras los bolsillos de su abrigo y lanzándose al río Ouse, cerca de su casa de campo. Ese fue el final de Adelina Virginia Wolf, novelista, ensayista, escritora de cartas, editora, autora de cuentos, feminista pertinaz, una de las más destacadas figuras del modernismo literario.

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