No
fue preciso aguardar a la victoria del 39 para dar comienzo al proceso de
depuración del Magisterio, que se fue llevando desde principios de la contienda
en todos y cada uno de los lugares conquistados. Por decreto del 8 de noviembre
del 36 comenzaron a crearse las comisiones depuradoras, con diferentes
categorías según el nivel del profesorado a quien se dirigieran, como la del
profesorado universitario, la del de secundaria o la del de enseñanza primaria.
Expediente de depuración de Félix Martí Alpera, maestro fundador de las primeras escuelas graduadas de España |
Un
inspector de primera enseñanza, el presidente de la asociación de padres de
familia y dos personas “de la máxima solvencia moral”, (que más adelante fueron
sustituidas por dos falangistas) bajo la
presidencia de un director de instituto, constituían cada una de ellas.
Denuncias de todo tipo, anónimas a veces, y que no era necesario fueran
justificadas, llegaban constantemente a estas comisiones.
Respuesta de Félix Martí Alpera al pliego de cargos |
Envidias,
venganzas, revanchas… encontraron su cauce a través de este sistema de
depuración en el que, lejos de presumirse en principio la inocencia del acusado,
era éste quién había de demostrarla. En un plazo de diez días, el docente
denunciado tenía que aportar la documentación que justificase que la denuncia
era falsa o errónea.
Dentro de este sistema de envidias y venganzas, querría contar la historia que, siendo niña, llegó a mis oídos, en relación al hijo de unos vecinos, un par de ancianos cuyo domicilio solía visitar, buscando los caramelos de Hellín que ella me daba, o las migas a las que solía invitarme cuando las hacía en días de lluvia. Siempre me llamó la atención el retrato fotográfico a gran tamaño de un joven, que presidía un despacho que jamás se utilizaba; se trataba del hijo de la pareja, un maestro cuya antigua novia, despechada por una ruptura tras la que él se casó con otra mujer, lo denunció por rojo y del que el cuerpo, tras la ejecución, hubo de ser extraído por su madre y su esposa de una pila de cadáveres que se amontonaba junto al muro de la prisión, y trasladado por ambas en carretilla, para proceder a su sepultura, evitando que fuese a parar a una fosa común.
Se llamaba Bartolomé Bufort, y su nombre figura en el memorial dedicado a los fusilados en el cementerio de Santa Lucía, en Cartagena.
Dentro de este sistema de envidias y venganzas, querría contar la historia que, siendo niña, llegó a mis oídos, en relación al hijo de unos vecinos, un par de ancianos cuyo domicilio solía visitar, buscando los caramelos de Hellín que ella me daba, o las migas a las que solía invitarme cuando las hacía en días de lluvia. Siempre me llamó la atención el retrato fotográfico a gran tamaño de un joven, que presidía un despacho que jamás se utilizaba; se trataba del hijo de la pareja, un maestro cuya antigua novia, despechada por una ruptura tras la que él se casó con otra mujer, lo denunció por rojo y del que el cuerpo, tras la ejecución, hubo de ser extraído por su madre y su esposa de una pila de cadáveres que se amontonaba junto al muro de la prisión, y trasladado por ambas en carretilla, para proceder a su sepultura, evitando que fuese a parar a una fosa común.
Se llamaba Bartolomé Bufort, y su nombre figura en el memorial dedicado a los fusilados en el cementerio de Santa Lucía, en Cartagena.
En
una especie de inquisición del siglo XX, la caza del rojo se convierte en el
deporte preferido para los fascistas de la época. Se acusaba, no sólo por acción, sino por omisión;
y del mismo modo que en las fuerzas armadas se consideraba delito de
negligencia, por el que se condenaba a separación del servicio el no haberse
manifestado públicamente como partidario del “glorioso alzamiento”, cualquier
docente que fuese acusado de “inhibición con la sublevación” era carne de
depuración.
Profesores
de instituto y maestros eran los mayores sospechosos de simpatías republicanas
en un sistema represivo que actuaba con carácter retroactivo en la tarea de
implantación de la escuela nacionalcatólica.
A
los docentes exiliados, ejecutados o en prisión, hay que añadir el gran número
expulsado del magisterio, por lo que para ocupar tantísimos puestos vacantes
(quince mil maestros se depuraron entre 1939 y 1950) se recurre a criterios
políticos.
Es la escuela de la “Nueva España”: escuelas sin maestros y criterios ajenos a los pedagógicos,
por los que éstas son ocupadas tras seguir los interesados un cursillo de dos
semanas en las que son intensamente adoctrinados en los principios del
nacionalcatolicismo, según enseñanzas agrupadas en tres bloques:
- Religioso
- Educativo-formativo
- Político-cívico
La adjudicación de plazas (convocatoria para provisión de plazas de 25 de marzo de 1939) se lleva a cabo en base a los siguientes criterios de preferencia:
- Ser mutilado como consecuencia de
la actual guerra, siempre que la mutilación no imposibilite el ejercicio
de la enseñanza.
- Ser herido en la actual campaña,
siendo preferido, dentro de este orden, el que mayor número de heridas
demuestre haber sufrido.
- Haber prestado servicios
militares, como combatiente, en la actual guerra.
- Haber sufrido vejámenes graves en
la persona del solicitante, por parte de los rojos.
- Ser familiar de un muerto o
mutilado en esta campaña hasta el segundo grado de parentesco por
consanguinidad o afinidad. Dentro de este orden se prefiere el que haya
perdido mayor número de familiares.
- Dentro de los mismos grados de
parentesco, haber perdido mayor número de familiares por asesinato de los
rojos o a consecuencia de su barbarie.
- Tener actualmente prisionero o
mutilado por los rojos, algún familiar, dentro del parentesco señalado.
Fijémonos
en los criterios de selección para cursar durante ¡¡¡dos semanas!!! las
enseñanzas que facultan para el ejercicio de la docencia tras el estudio de unos
temas entre los que destacan algunos del tipo del titulado “Falsedad de los principios
básicos de la “Nueva Educación”” y comparemos con la
profesionalidad de los docentes surgidos del Plan de 1931 o de los anteriores,
practicantes de las nuevas pedagogías emanadas de la Institución Libre de
Enseñanza. Con estos nuevos maestros, elegidos con criterios completamente
políticos, a partir del 36, se maleduca a los españolitos y españolitas en las zonas que se van progresivamente conquistando. Y son, precisamente los educandos de aquella época, y de los años inmediatamente posteriores, quienes años después, ante la implantación de los diferentes sistemas educativos que hemos (¿sufrido? ¿disfrutado?) se dedicaron a criticar, en primer lugar a la LGE de Villar Palasí, y más adelante a las diferentes reformas de los gobiernos del PSOE o del PP, alegando que "los escolares de hoy no están tan preparados como lo estábamos nosotros". Y no es que yo quiera negar lo que de negativo haya tenido cada una de las sucesivas leyes, sino que soy enemiga de la crítica negativa sin razonar los motivos de ella, y pienso que, por el contrario, debemos salvar lo salvable, sin argumentar en base a juicios indocumentados. Y si así lo hacemos, veremos que en la comparación entre el sistema educativo anterior al 67 y los posteriores, cualquier tiempo pasado, fue peor. Y así lo podemos ver en estos capítulos que voy poco a poco exponiendo sobe el eterno problema de la educación en España, en los que trato de huir de las calificaciones gratuitas.
Volviendo al sistema educativo franquista que a nuestra generación le correspondió sufrir en propia carne: Una vez finalizada la contienda, y con la intención de cubrir las recién creadas 4000 plazas, se convoca concurso de méritos entre oficiales provisionales, de complemento y honoríficos del ejército, y poco más tarde entre los excombatientes de la División Azul.
Volviendo al sistema educativo franquista que a nuestra generación le correspondió sufrir en propia carne: Una vez finalizada la contienda, y con la intención de cubrir las recién creadas 4000 plazas, se convoca concurso de méritos entre oficiales provisionales, de complemento y honoríficos del ejército, y poco más tarde entre los excombatientes de la División Azul.
Durante
cinco años, hay una total ausencia de planteamientos pedagógicos, una
aplastante mayoría de auténticos profesionales de la docencia que había sido
apartado de ella, bien por la separación del servicio, la prisión, ejecuciones
o exilio y la arribada de un nuevo magisterio nacido de los irrisorios cursillos
a los que habían accedido por méritos políticos, junto a una exigua minoría de
maestros y maestras, miembros del llamado exilio interior que, en silencio,
intenta continuar aplicando las nuevas metodologías a pesar de las directrices
emanadas del ministerio. No es difícil imaginar los niveles de formación del
alumnado de esta etapa, la correspondiente al franquismo más duro, y sacar conclusiones sobre ello.
“Si pequeñitos somos
muy pronto creceremos
y así conseguiremos
la ansiada libertad.
Constitución o muerte
será nuestra divisa,
si algún traidor la pisa
la muerte encontrará"
pasaron a entonar el
pasaron a entonar el
lucharon nuestros
padres,
por dios, por la patria
y el rey
lucharemos nosotros
también.
Todos juntos en campaña
lucharemos en unión,
defendiendo la bandera
de la santa tradición.
Aun en las escuelas en que no había cambiado el maestro, se pasó muchas veces, de trabajar con pedagogías renovadoras de carácter activo, en que se incorporaba la participación de los alumnos a su propio proceso de aprendizaje, a la repetición memorística de consignas; del estudio razonado de los hechos históricos y sus consecuencias al aprendizaje de la lista de los reyes godos y la memorización de los nombres y fechas de las batallas; de los grupos de treinta alumnos a las clases de más de cincuenta o sesenta; de la evaluación continua, a los exámenes finales en que había que repetir al pie de la letra el contenido de cada tema.
Algunos
maestros y maestras que superaron el proceso de depuración, a pesar de haber
sido formados durante la época de las drásticas reformas de Marcelino Domingo,
cuando Unamuno se encontraba al frente del Consejo de Instrucción Pública, a
pesar de pertenecer a aquellos momentos en que el maestro se convirtió en el
alma de la escuela, y que habían estudiado su carrera cuando ésta fue elevada a
categoría universitaria, hubieron de adaptarse a los nuevos tiempos. Había que
procurar “no significarse” si se quería sobrevivir en la “España de la victoria”.
Escuela unitaria de niñas |
El
régimen aspiraba a perpetuarse, y para ello no era suficiente la aniquilación
de los republicanos. La anulación de las libertades vino de la mano del
adoctrinamiento, y para ello había que servirse de la escuela: la educación se
convirtió en un pilar del sistema de dominación.
Tras
unos primeros años en que, junto a una minoría de maestros capacitados pero
atemorizados, se imponía la mayoría de incompetentes que, ocupando el puesto
por su condición de enchufados del régimen, hacían repetir al alumnado de
memoria las lecciones de los nuevos textos en que se exaltaban los méritos de
la cruzada y se cantaban los méritos de la patria heredada de Isabel y Fernando
que, por los senderos del imperio se encaminaba hacia dios, fue preciso
estructurar de una manera menos improvisada, más consciente, el sistema
educativo. Era necesario organizar la represión de cara al sostenimiento del
glorioso movimiento nacional, y el aparato ideológico del franquismo debía ser
sostenido por los cimientos de la educación.
En un colegio religioso, cantando el Cara al sol antes de entrar a clase |
º |
Colegio religioso de niñas |
En
el 1945, seis años después de la derrota republicana, con motivo de la
implantación de la nueva Ley de Educación (que dejaba la enseñanza en manos de
la iniciativa privada y de la iglesia católica), la Inspección convocó y
presidió por primera vez encuentros comarcales de maestros en los que se
informó sobre la nueva ley y la manera de implantarla.
Cinco
años más tarde se crea un plan de estudios para el magisterio que nada tenía
que ver con el Plan Profesional de 1931.
Escuela Normal de Murcia en 1947 |
Según
el plan de 1950 se podía ingresar con 14 años en las Escuelas Normales del
Magisterio, pues la titulación exigida para ello era la de Bachiller Elemental
(4 años y reválida). Se accedía tras un examen de ingreso de cultura general y
se cursaba en Escuelas Normales masculinas o femeninas. Tras tres años de
estudios, que incluían diez días de prácticas en cada curso, había que superar
una reválida final, tras la que se realizaba un cursillo en el que, los
hombres, en campamentos de Falange, se convertían en instructores de Educación
del Espíritu Nacional y de Educación Física, y las mujeres, en escuelas-hogar
de la Sección Femenina, lo hacían en Instructoras de Hogar, Formación Política
y Educación Física. Finalmente se obtenía el título de Magisterio, una vez
terminado el Servicio Militar por parte de los hombres o el Servicio Social por
parte de las mujeres. Se podía ejercer una vez cumplidos los 18 años, aunque había
casos en los que los alumnos y alumnas aventajadas podían presentar una
solicitud que les permitiera trabajar antes de esa edad.
¿Nos podemos imaginar esos maestros y maestras, de edades tan próximas a la de sus alumnos y alumnas? ¿Adolescentes con, prácticamente, los mismos problemas que los chavales a quienes tenían que educar?
¿Nos podemos imaginar esos maestros y maestras, de edades tan próximas a la de sus alumnos y alumnas? ¿Adolescentes con, prácticamente, los mismos problemas que los chavales a quienes tenían que educar?
Este
plan de Magisterio estuvo vigente hasta 1967 en que, por fin, comenzaron a
soplar nuevos aires para la Enseñanza.
Los
españolitos y españolitas a quienes nos tocó en suerte cursar los estudios de Primaria y Secundaria emanados de la ley del 45, respondíamos “presente”
o “avemaríapurísima” al oír nuestro
nombre cuando se pasaba lista, cantábamos el Cara al sol antes de entrar a la
escuela, y aprendíamos de memoria la tabla de multiplicar y las lecciones del catecismo.
A mí me correspondió, como a toda la gente de mi generación, la asistencia a una escuela en la que no se nos enseñó a razonar, en la que se repetía y repetía hasta memorizar unos contenidos que eran, unas veces comprendidos, y otras aprehendidos con considerables vicios en su aprendizaje. Una escuela de la que, junto a algunos que pudimos sobrevivir a las malas prácticas, por la suerte de haber dado con docentes profesionalmente preparados, otros no pudieron jamás recuperarse de quienes tan torpemente les maleducaron.
Comencé a los tres años a asistir a una de esas escuelas para niños pequeños que algunas mujeres de clase media montaban en una habitación de su casa para impartir "enseñanza doméstica"; una escuelita a la que cada uno acudía con su silla, y en la que las niñas comenzábamos a dar nuestras primeras puntadas mientras se rezaba el rosario, y donde trazábamos los primeros palotes, aunque fue mi padre quien, cuando sólo contaba tres años y medio, me enseñó a leer y escribir en un tiempo récord: los quince días de permiso veraniego que cada año le correspondían.
Los dos primeros años de primaria los cursé en la escuela de doña Isabel, una maestra mayor, algo gruesa, que peinaba sus cabellos blancos recogiéndolos en un moño sobre la nuca y daba enérgicos palmetazos sobre la mesa para llamar nuestra atención. Se trata de una época sobre la que apenas recuerdo ningún detalle, aparte de las varias filas de bancos corridos a los que nos sentábamos, mis dedos eternamente azules por la tinta, y los aparatosos desconchados que destacaban sobre unos muros rebosantes de humedad, pertenecientes a una casucha de la calle Moya, en Barrio de Peral.
Fue en tercer curso cuando me incorporé a las escuelas graduadas del Barrio, a las que más adelante se les dio el nombre de "Grupo Escolar Don Feliciano Sánchez Saura", en memoria del insigne educador que había propiciado su fundación.
La profesora titular de la clase a la que podemos ver en la fotografía siguiente, era Doña Trini, siempre vestida con traje de chaqueta negro, con su falda de tubo y su chaquetita corta, y la alumna más pequeña, más menudita de todo el grupo era yo, la única que pasó a estudiar el bachillerato, en lugar de estudiar "cultura general" como lo hicieron las demás compañeras de curso.
Niños y niñas estudiábamos en aulas diferentes y nos sentábamos en
distintas naves de la iglesia cuando acudíamos a “las flores del mes de mayo”.
con flores a porfía,
con flores a María
Nos
llevaban el miércoles santo a la imposición de la ceniza, acudíamos en horario
escolar a las sesiones de catequesis para la primera comunión, postulábamos
para recoger dinero para el día del seminario o de las misiones (día del domund), rezábamos todas las
tardes el rosario y respondíamos sin equivocarnos cuando nos preguntaban el
catecismo.
-
¿Eres cristiano?
-
Sí. Soy cristiano por la
gracia de dios.
-
¿Qué es ser cristiano?
-
Ser cristiano es ser
discípulo de cristo.
Aunque
errábamos muchas veces en otras respuestas, lo que se consideraba grave, de cara a la maestra, y motivo de burla por parte de las compañeras, era fallar en estas consignas catequizantes.
Niños postulando para las misiones |
Los "chinitos" o huchas que se usaban para postular para el día del dómund. |
Salíamos a postular, no sólo para la fecha del dómund, sino también para el día del seminario, para el que doña Trini colocaba en la pared un cartel en el que figuraba un termómetro en el que íbamos marcando las cantidades recaudadas.
Un día se acercó el párroco por clase y se detuvo a mirar lo que marcaba dicho termómetro, y cuando se fue, recibimos un sermonazo por parte de la maestra, que se había sentido avergonzada ante la insignificancia de la recaudación que se había obtenido.
La
escuela de la postguerra era fundamentalista en el terreno político y religioso,
confesional, reglamentada y vigilada. Entre la Iglesia y la Falange colocaron a
la Institución escolar al servicio del estado totalitario.
En una pared del aula debía figurar, junto al crucifijo, la foto de Franco y la de José Antonio, el fundador de la Falange |
Frente
a la reglamentación de 1923 que instauraba un período de escolaridad
obligatoria desde los seis a los catorce años de edad, la ley de 1945 redujo
dicho período a sólo seis años.
Hasta
los años cincuenta apenas se construyeron escuelas.
Escuela unitaria. Abajo, el aula, arriba, la vivienda del maestro |
El
Bachillerato, prácticamente, se convirtió en terreno propio privado,
suprimiéndose hasta 113 centros públicos en 1939, no llegando a 10 el total de
los creados desde entonces hasta 1960, instaurándose la separación entre los
institutos masculinos y femeninos, mayoritariamente en manos de la Iglesia, y
cerrando a las clases populares el acceso a la Secundaria y la Universidad.
La
estampa clásica de la educación española en aquel tiempo está representada por
la escuela rural unitaria: Un maestro por pueblo, todos los alumnos, de
cualquier edad, en un aula, y el profesor, con un sueldo de miseria, formando
parte del trío de las máximas autoridades locales, junto con el cura y el jefe
de puesto de la Guardia Civil.
El cura, el maestro y el guardia civil |
Como excepción de la escuela segregada,se daba a veces la escuela mixta, una unitaria rural en la que la ratio era tan baja, que una maestra atendía a niños de ambos sexos |
Como he dicho más arriba, el bachillerato era terreno de la iniciativa privada, sobre todo, de la iglesia católica. Así pues, cuando se creó en el barrio el colegio de monjas, fui matriculada en él para cursar el cuarto de primaria, con la correspondiente preparación para el ingreso de bachillerato.
Un año en el que sobreviví a una educación adocenada gracias a mi afición a la lectura y al interés de mi padre, que a pesar de su apretado horario de trabajo, invertía muchísimo tiempo en mi instrucción. Un año en el que oía de boca de las monjas lo malos que habían sido los rojos, que se dedicaban a destruir iglesias y matar sacerdotes, y en el que, a las asignaturas del currículo, había que añadir una, denominada "deberes religiosos", por la que se obtenía una calificación de 10 si el domingo acudías con las monjas a misa, o de cinco, si lo hacías con la familia (por descontado, si habías faltado al precepto dominical, no lo decías, para evitar el sermón que acompañaba al 0). Un año en el que todas las semanas obtuve la banda azul en conducta y la rosa en aplicación, y la mayoría de las veces, la roja, o banda de honor, que se concedía cuando la totalidad de calificaciones era sobresaliente. Y un año en que, a muy temprana edad, me vi forzada a aprender la importancia del disimulo, del silencio y la aprehensión de las consignas para sobrevivir en la sociedad de la dictadura.
En ese colegio se impartía sólo la enseñanza primaria, por lo que, después de aprobado el ingreso de bachillerato, pasé a cursar la enseñanza secundaria en otro centro, también religioso, ubicado en el centro de la ciudad.
Al contrario que en otros colegios de la época, tuve la suerte de encontrar buenos profesionales entre el profesorado, por lo que no fue la mía una instrucción exclusivamente memorística, lo que no significaba que escapáramos a la tarea de adoctrinamiento que se sufría en todos los centros, independientemente de su condición de religiosos o públicos.
Las alumnas, independientemente de la titularidad pública o religiosa del centro, estábamos sometidas a una enorme represión y a un régimen autoritario en que nada se podía cuestionar y en que las familias no tenían nada que decir.
La censura existente en los textos escolares llegaba a extremos imposibles de concebir para la sociedad de hoy.
La discriminación genérica no se limitaba a la escuela segregada por sexos, y así, mientras que los chicos estudiaban Formación del Espíritu Nacional, las chicas cursaban Formación Político-Social. Nosotras teníamos una asignatura más: Enseñanzas de Hogar, y los contenidos de la Educación Físico-Deportiva eran diferentes para alumnas y alumnos.
Pero para mí el mayor problema consistía en el tan enorme porcentaje de población escolar que no llegaba a poder cursar la secundaria, que tras sus estudios de Cultura General abandonaban el sistema educativo para ser encaminados los chavales, a partir de los catorce años, a trabajar de aprendices en un taller o de peones en la agricultura o la construcción, mientras que las chavalas marchaban a trabajar en el servicio doméstico, si sus familias pertenecían a la clase baja, o a los talleres de costura y bordado, en el caso de que estuvieran mejor situadas. Al fin y al cabo - se pensaba - ¿para qué iba a estudiar una mujer, si su destino era el de convertirse en esposa y madre?
Gran diferencia con el sistema educativo republicano y su empeño de convertir al pueblo español en un pueblo instruido.
Con el franquismo, los
logros de anteriores sistemas educativos se fueron al traste.
Con
la educación franquista no se retrocedió a la situación anterior a las reformas
del 1931, sino que nos quedamos en niveles más bajos que los previos a la
proclamación de la Ley Moyano.
A
pesar de las 23.000 aulas programadas en el plan de construcciones escolares de
1956, al final de la década de los Sesenta, ascendía a 1.400.000 el número de
puestos escolares necesarios.
Grandes
bolsas de analfabetismo y desescolarización aparecieron propiciadas por las
migraciones de las zonas rurales a las urbanas, y el maestro, que en 1931 se había convertido en “el alma
de la escuela” era con el franquismo un relegado social (pasa más hambre que un maestro de escuela) que, en 1960, cobraba un
sueldo inferior al de tres décadas antes. Sirva esto como botón de muestra de la importancia que el franquismo daba a la educación. Y esta diferencia entre la importancia que al maestro daba la República y la relegación a que la redujo el nacionalsindicalismo, no era el resultado de la dejadez, sino que obedecía a un plan cuidadosamente estructurado, porque al fin y al cabo, un pueblo instruido es el mayor antídoto contra la dictadura.
Los resultados, los podemos constatar ahora, aunque ya entonces se intuían con claridad: UN
PUEBLO SIN EDUCACIÓN ES UN PUEBLO SIN FUTURO
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