La que está montando el Papa
Francisco con el tema de la simonía… Y eso que, a la mayoría de los/las
católicos/as no les suena, ni por asomo, el significado de la palabrita.
Si que pienso que, en su
día, tuvo que tener cierta importancia, al menos, para una parte de la
jerarquía, pues si no, ¿a qué se debe que se tratara, sucesivamente, en el primer
Concilio de Letrán (1123 – 1124), el segundo (1139), el tercero (1179) y el cuarto (1215)?
La simonía es un pecado
por el que se pretende comprar o vender lo espiritual (cargos eclesiásticos,
sacramentos, reliquias, promesas de oración, la gracia, la excomunión…) a
cambio de lo material.
Se menciona por primera
vez la simonía en los Hechos de los Apóstoles, cuando Simón el Mago le quiso
comprar a Simón Pedro su poder para hacer milagros.
¿Qué le respondió el
apóstol?: “¡Que tu dinero desaparezca contigo, dado que has creído que el don
de Dios se adquiere a precio de oro!”. Y es que el evangelio de Mateo lo dejaba
bien claro: “Vosotros habéis recibido gratuitamente, dad también gratuitamente”.
Quienes ya tenemos una
cierta edad, recordamos lo que en nuestros años de escuela aprendimos en el
catecismo, donde se dejaba bien claro que era un gran pecado eso de pagar por
los sacramentos. Por eso nos costaba tanto comprender que en las parroquias se
cobrara por las bodas, bautizos y funerales, y no sólo eso, sino que según la
categoría del templo se cobrara una tarifa u otra.
Y no digamos nada de la
categoría de quienes recibieran los sacramentos, que mi abuela nos hablaba
cuando éramos criaturas sobre algo que
sucedió en su boda; la discusión entre el cura y el padrino porque el primero
le dijo al segundo que tenía que pagar
una cantidad mayor a la estipulada porque los invitados utilizaron para llegar
a la iglesia, ni más ni menos que, ¡doce galeras! Y una boda con doce galeras
era una boda de lujo, por lo que tenían que pagar más.
El caso es que la reforma
protestante, entre otras cuestiones, criticaba la práctica de la iglesia
católica de cobrar por las indulgencias, que hubo ocho concilios de carácter
regional en que se plantearon las reformas necesarias para acabar con estos
abusos, que el Papa Nicolás II (1058 – 1061) prohibió a los clérigos que
aceptaran la entrega de una iglesia por parte de un laico y que la reforma
gregoriana de Gregorio VII (1072 – 1085) también prohibió la obtención de
cargos eclesiásticos a cambio de dinero.
Y a pesar de esto, las
prácticas han continuado hasta nuestros días, se paga por las misas de funeral
o por las bodas, se otorgan beneficios fiscales sobre las propiedades
eclesiásticas en no sé qué país de cuyo nombre no puedo acordarme, quizás el
mismo que durante tanto tiempo tuvo el privilegio de proponer a Roma los
nombramientos de los obispos, y no sé cuántas otras cosas más…
Y ahora al Papa Francisco,
mira por dónde, se le ocurre revolucionar a su rebaño manifestando su rechazo
al cobro que en algunas iglesias se lleva a cabo por celebrar los bautizos,
confirmaciones, primeras comuniones y matrimonios y afirma que la salvación no
se puede pagar con dinero, que no tiene precio, que los sacramentos no pueden
tener un costo y que por parte de los sacerdotes no debe existir ambición
económica.
Y no acaba ahí la cosa,
sino que pide a los feligreses que, sil legan a ver una lista de precios en sus
iglesias, tengan el valor de informar a los sacerdotes que eso de cobrar es un
pecado, porque para los cristianos, sin tarifa ninguna por ello, las puertas de
la iglesia siempre tienen que estar abiertas.
Hay que ver las maneras
que apunta este nuevo papa, que compara el cobrar por los sacramentos con el
pasaje evangélico de la expulsión de los mercaderes del templo. No, este papa
no convence a mucha gente, a mucha gente que opina que, si el papa quiere
condenarse, que se condene, pero que a ella no le va a arrastrar en su caída.
Veremos cómo continúa la
cosa, que a mí me da, no sé por qué, que como se siga empeñando en ventilar los
pasillos de la institución y proceder a su limpieza, más de un obispo y más de
un cardenal se le van a enfermar.
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