sábado, 8 de marzo de 2014

COMPROBACIÓN CIENTÍFICA Y CIENCIA HOMEOPÁTICA

Con la emisión del programa de La Sexta, Equipo de Investigación, titulado “El milagro de la homeopatía” vuelve la polémica.
A quienes defienden que sus éxitos se deben al efecto placebo, les preguntaría por qué hace efecto en los bebés, o por qué, como estoy viendo ahora mismo en pantalla, lo hace en animales.
Escribo sobre este tema mientras contemplo el programa en directo, y no he podido resistir la tentación de exponer algo sobre este remedio que hemos venido utilizando en mi familia desde mucho antes de que yo naciera, en una época en que no se podía acusar a los homeópatas de hacerse ricos a costa de la ingenuidad de los pacientes, en que era muy poco conocida la terapia homeopática por la mayoría de la población.
El primer homeópata de mi familia, mi bisabuelo Antonio Martínez Torres, no se hizo rico dedicándose a esta ciencia, pero sanó a muchísima gente, como también lo hicieron mi abuelo y su hermano, mi padre y su primo, que se dedicaron a la práctica de la Homeopatía como su abuelo Antonio lo había hecho: sin buscar el enriquecimiento.
De mi padre aprendí los fundamentos de la homeopatía, y defiendo su utilización por haber comprobado su eficacia.

Hahneman dio a la publicidad su ciencia de curar al final del siglo XIX, y desde entonces le han sido puestos innumerables obstáculos por parte del mundo médico.
Samuel Hahnemann (1755 – 1843)  trabajaba como médico privado del gobernador de Transilvania antes de cumplir los 25 años, aunque antes de ello había sido químico y trabajó como aprendiz de su suegro, que era farmacéutico.
Los diez primeros años tras terminar sus estudios de medicina supusieron para Hahnemann un cúmulo de sinsabores. El estado de la medicina en aquella época era caótico: teorías curativas basadas en observaciones aisladas y abundancia de contradicciones y supersticiones eran la base del ejercicio de la medicina. Hahnemann abandonó el ejercicio de su profesión porque decía no querer convertirse en un asesino de sus hermanos.
Se dedicó entonces a la traducción de obras inglesas, francesas e italianas, y así descubrió, hacia 1790, los efectos de la quina, el arsénico y el mercurio en el cuerpo sano. Al ingerirlos se producían efectos de intoxicación similares a los de la enfermedad que debían combatir, y durante seis años estuvo experimentando con ellos, antes de dar a conocer el descubrimiento a sus colegas.
Estudiaba en sí mismo las substancias  para experimentar su acción sobre el organismo sano y coleccionó pruebas que acreditaban la exactitud de su doctrina. Trató enfermos con medicinas que producían en los sanos los síntomas de la enfermedad para la que estaban indicadas, consiguiendo resultados espectaculares.
Las observaciones que hizo sobre la acción análoga de los medicamentos las resumió en el lema “Similia similibus curantor” o “Lo semejante se cura con lo semejante”, lo que quiere decir que la curación de las enfermedades se efectúa  mediante medicamentos que en los individuos sanos producen fenómenos semejantes a los síntomas de la enfermedad que se pretende curar.
¿Cómo llegó Hahnemann al descubrimiento de la Ley de la Analogía?
En el 1790 estaba imbuido en la traducción de la obra “Teoría de los medicamentos”, de Cullens, en la cual las explicaciones sobre la acción de la corteza de quina contra las fiebres intermitentes le parecieron en alto grado discutibles, por lo que tomó una gran dosis de ese remedio, y con gran asombro se vio afectado por los síntomas de esas fiebres, lo que supuso el primer paso para el descubrimiento de la Ley de Analogía, el primero de los tres pilares en los que se apoya la ciencia homeopática, que son<:
I Ley de los semejantes
II Experimentación pura
III Dosis infinitesimales
LEY DE LOS SEMEJANTES: Todas las sustancias introducidas directa o indirectamente en la sangre entran en contacto con las diferentes partes del cuerpo, pero todas las partes no son influidas de igual modo; no todas las células, tejidos y órganos responden igualmente al estímulo del cuerpo extraño, sino sólo las que tienen una cierta afinidad fisiológica con dicho cuerpo, independientemente de la vía o el medio por el que llega al interior del organismo (vía digestiva, fricciones sobre la piel, inyecciones subcutáneas…). Su acción se llevará a cbo siguiendo siempre leyes determinadas.
Resulta, pues, que cada sustancia medicamentosa tomada en estado normal y a grandes dosis, tiene la propiedad de alterar el equilibrio fisiológico y producir ciertos trastornos de la salud. A esto se le llama el radio de acción patogénica de un medicamento.
Después de muchos años de estudio e investigación de los medicamentos en sanos y enfermos y tras muchos años de observaciones y experiencias en numerosos pacientes, Hahneman obtuvo la prueba irrefutable de que en todas las sustancias medicamentosas productoras de enfermedades reside l semejantes a los que ellas producen en el organismo sano la facultad de curar los fenómenos patológicos.
EXPERIMENTACIÓN PURA: Si se quiere recetar un medicamento según la Ley de la Analogía, deben conocerse primero sus efectos sobre el organismo sano. De algunos pocos medicamentos usados en tiempos de Hahnemann, como el mercurio, opio o arsénico, se conocían por la toxicología, pero las mezclas medicamentosas más utilizadas estaban ordenadas a capricho y sin plan alguno, por lo que si Hahnemann quería seguir su descubierta ley de la analogía, no tenía más remedio que ir probando cada sustancia en su propio cuerpo. Una investigación tan ardua habría desanimado a cualquier investigador, pero Hahneman se entregó a la tarea con tal interés, que en un período de 15 años llegó a conocer las propiedades de 27 sustancias que había experimentado en sí mismo y en los suyos. Dedicó una gran parte de su vida a la comprobación de agentes curativos, legando así a la posteridad  más de cien medicamentos, científicamente experimentados, que comprobó en sí mismo y en sus discípulos.
Posteriormente, sus discípulos han realizado comprobaciones que no han hecho más que confirmar la exactitud de su doctrina. Las sustancias han sido comprobadas en personas sanas, en dosis, unas veces muy pequeñas, otras en dosis mayores, participando en cada experimentación muchas personas de diferente sexo, edad, temperamento, condiciones de vida, etc.… utilizando siempre personas sanas que ignoraban el medicamento que tomaban  y la duración de la prueba.
DOSIS INFINITESIMALES: El punto más atacado por los opositores a ka Homeopatía es la dosificación. La burla a la doctrina de Hahnemann se basa en la pequeñez de sus dosis, sin comprender que con ello se convierten en víctimas de una falsa apreciación, pues la base de la Homeopatía no es, de modo determinante, la cuestión de las dosis, sino la Ley de Analogía y la Experimentación pura, o sea, el estudio de los medicamentos en el cuerpo sano. Muchos años después del descubrimiento de la Ley de Analogía, Hahnemann recetaba los medicamentos en grandes dosis, y la Homeopatía ya había confirmado la realidad mucho antes de que se hablase de las “dosis homeopáticas”.
A Hahnemanmn no podía pasarle inadvertido que los tejidos y órganos enfermos son más sensibles a los estímulos medicamentosos que los sanos,  y que las dosis elevadas producían una reacción que molestaba al enfermo. Las distintas observaciones le indujeron a ir reduciendo las dosis, y posteriormente comenzó a diluirlas, cada vez más, buscando con ello que llenaran su objeto sin producir los síntomas desagradables de la comprobación, observando que en estado diluído actuaban con mayor poder curativo que en estado bruto. Este hecho resultaba en aquella época algo tan extraño, que se catalogó de locura la doctrina de Hahnemann. Hoy no podemos negar la realidad de este hecho, pues multitud de observaciones científicas lo han demostrado de manera irrefutable
La Homeopatía, a pesar de tantísimos detractores, se ha venido implantando con cada vez mayor aceptación por un motivo incontestable: la constatación de los resultados, y si existe tan gran oposición a ella por parte de los grandes laboratorios farmacéuticos y por muchos médicos influidos por ellos, que no se han documentado sobre este tema antes de atreverse a emitir un juicio negativo,, podemos explicarlo recurriendo a una expresión castiza: “Ladran, luego cabalgamos”




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