miércoles, 12 de marzo de 2014

LA ENSEÑANZA EN LA ETAPA PRE-REPUBLICANA


Con la instauración, en 1931, de la II República Española, se produce una auténtica revolución en el Sistema Educativo. El hecho de que un gobierno se dé a sí mismo el nombre de República de los maestros nos revela el empeño que la nueva forma de estado puso en la consecución de una nueva sociedad a partir de un nuevo sistema de enseñanza.
Pero la República no se inventó nada.
Cualquiera de las medidas adoptadas por las autoridades educativas tuvo su base en experiencias anteriores.
No podemos hablar de lo que fue la educación republicana sin obviar la experiencia de la Institución Libre de Enseñanza, la tarea de los masones, la labor de la Universidad Popular, de los ateneos republicanos o de los ateneos populares o libertarios.

No son temas de los que se haya hablado con frecuencia, hasta hace poco, ni se hayan tratado a fondo en los estudios de anteriores planes de Magisterio; no, al menos, con la profundidad que se debería haber hecho.
Cursé los estudios durante el régimen franquista, cuando se obviaban estas cuestiones, incluso en la asignatura de Historia de la Pedagogía. Así, en el texto de Consuelo Sánchez Buchón, que me correspondió estudiar, la enseñanza en España en los albores del siglo XX era tratada de una forma un tanto especial: por ejemplo, de Joaquín Costa y Giner de los Ríos nos decía que eran “dos pedagogos que preconizaban la enseñanza laica y la coeducación, y cuyas malsanas ideas fueron adoptadas por el sistema de enseñanza republicano”; también se hablaba de “donRufino Blanco, que “opuso el contrapunto neocatólico a la Institución Libre de Enseñanza y murió víctima de las hordas marxistas durante la gloriosa cruzada del 36”.
Abajo, a la derecha, Francisco Giner de los Ríos
Le acompañan, además de su hijo, su nuera y su nieto, los
Sres. Rubio y Cossío, miembros de la I.L.E.
Pero no aprendimos nada acerca de las metodologías que defendía cada uno de ellos.
Un día, para mi sorpresa, apareció en las manos de una profesora un libro titulado “Vida y Educación en Joaquín Costa” y ante los sorprendidos oídos del alumnado explicó que, en la actualidad, se estaba reivindicando la figura de éste y otros pedagogos de la época, al margen de su ideología política.

Pero era ésta una de las pocas excepciones entre los adocenados profesores y profesoras de las Escuelas de Magisterio de la época, de unas Escuelas de Magisterio de las que procedíamos los primeros maestros y maestras que ejercimos durante la etapa de la Ley General de Educación, que salimos de las Normales a las aulas desconociendo lo que fue en su día la Institución Libre de Enseñanza, y que lo fuimos aprendiendo después, en nuestras lecturas, en las reuniones de los movimientos de renovación pedagógica, o en las escuelas de verano de las décadas de los setenta y ochenta…

Hubo un considerable sector del Magisterio de la época que, ajeno a cualquier intento de renovación, continuó impartiendo las clases del mismo modo en que en su infancia las habían recibido, y que nunca llegó a saber, entre otras cosas, que la Institución Libre de Enseñanza desempeñó, un siglo antes, una labor fundamental en la renovación de la vida intelectual del país.
Fue en 1876 cuando un grupo de catedráticos se negó a ajustar sus enseñanzas a cualquier dogma religioso, moral o político y fue separado de la Universidad Central de Madrid por defender la libertad de cátedra. Este grupo, integrado entre otros por Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo Azcárate, Teodoro Sáinz Rueda y Nicolás Salmerón, obligado a proseguir su tarea educativa separados de la enseñanza oficial, fundó un centro educativo privado y laico, inspirándose en la filosofía Krausista, siendo apoyado en su proyecto por la flor y nata de la intelectualidad progresista española:  Joaquín Costa, Augusto González de Linares, Hemenegildo Giner, Federico Rubio y otros intelectuales de prestigio, comprometidos en la renovación cultural de la sociedad.
La Institución Libre de Enseñanza defiende la neutralidad religiosa y política y la independencia del estado y de cualquier religión o escuela filosófica.
Comenzó dedicándose a los niveles universitario y de secundaria, pero el gobierno se negó al reconocimiento oficial de los estudios cursados en el centro, por lo que tuvieron que prescindir de la enseñanza superior, limitándose a una escuela de niños, cuya metodología era la de la escuela activa y que dio primacía a la educación frente a la enseñanza.
Más adelante, comenzó la coeducación, a raíz de instaurar la escuela de párvulos.

La Institución apostó, en su ideario pedagógico, por una escuela neutra, tolerante y abierta a la realidad exterior, sin separación entre las enseñanzas primaria y secundaria, con enseñanza cíclica y en régimen de coeducación, donde la actividad personal y la experiencia creativa del alumno o alumna, utilizando diversas fuentes de aprendizaje, constituía el eje del trabajo escolar.

Es imposible hablar de educación sin tener en cuenta la importante tarea de renovación cultural y pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza durante los siglos XIX y XX, una renovación sin precedentes hasta entonces en España, una labor que inspiró el programa educativo de la Segunda República, y que no murió con ella, sino que su estilo permaneció, a pesar de la fuerte oposición política y la incomprensión social, en el trabajo de una minoría de profesionales en casi total aislamiento en nuestro país, y en el quehacer de algunas instituciones educativas en Sudamérica.

Decisiva la creación, durante el reinado de Alfonso XII, de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas para continuar la tarea de renovación cultural y pedagógica.
Desde 1907 hasta la guerra civil, fue esta junta la responsable de un desarrollo que hasta entonces no había sido alcanzado para la ciencia y la cultura españolas.
Bajo la presidencia de Santiago Ramón y Cajal se desarrolló un programa muy activo de intercambio de profesores y alumnos y creación de becas para estudiar en el extranjero y se creó una serie de organismos de relevante importancia, como la Residencia de Estudiantes, el Centro de Estudios Históricos, el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales y el Instituto Escuela.

Este último surgió en 1918 con la intención de extender a la enseñanza secundaria oficial los principios pedagógicos fundamentales de la Institución Libre de Enseñanza, introduciendo, de manera paulatina, reformas en la enseñanza secundaria.
Entre su profesorado figuraron estudiantes de licenciatura que aspiraban al magisterio de enseñanza secundaria, con la función de aprender enseñando.
El Instituto Escuela fue pionero en la aplicación de pedagogías renovadoras de carácter activo, incorporando la participación de los alumnos en el propio proceso de aprendizaje, sustituyendo por la evaluación continua los exámenes finales y limitando a treinta por grupo el número de alumnos.
Su experiencia influyó en la creación de institutos en Barcelona, Sevilla y Valencia, seguidores de los mismos principios, y en la legislación educativa del primer bienio republicano.


Paralelamente a estas experiencias habría que destacar la tarea educativa llevada a cabo por los diferentes ateneos, por algunas sociedades vinculadas a la masonería o por la Universidad Popular.

Así, cuando las autoridades educativas republicanas elaboran el nuevo sistema educativo, no parten de cero, sino que se inspiran en los principios emanados de las instituciones que, a título privado o público habían comenzado su labor de renovación pedagógica y de fomento de la cultura desde casi un siglo anterior a la llegada de la II República.
El mérito del gobierno republicano no residió en crear nada nuevo, sino en recoger lo mejor de lo que ya existía.





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