Con la instauración, en 1931, de la II República Española, se
produce una auténtica revolución en el Sistema Educativo. El hecho de que un
gobierno se dé a sí mismo el nombre de República de los maestros nos revela el
empeño que la nueva forma de estado puso en la consecución de una nueva
sociedad a partir de un nuevo sistema de enseñanza.
Pero la República no se inventó nada.
Cualquiera de las medidas adoptadas por las autoridades educativas tuvo
su base en experiencias anteriores.
No podemos hablar de lo que fue la educación republicana sin obviar
la experiencia de la Institución Libre de Enseñanza, la tarea de los masones,
la labor de la Universidad Popular, de los ateneos republicanos o de los
ateneos populares o libertarios.
No son temas de los que se haya hablado con frecuencia, hasta hace
poco, ni se hayan tratado a fondo en los estudios de anteriores planes de
Magisterio; no, al menos, con la profundidad que se debería haber hecho.
Cursé los estudios durante el régimen franquista, cuando se
obviaban estas cuestiones, incluso en la asignatura de Historia de la
Pedagogía. Así, en el texto de Consuelo
Sánchez Buchón, que me correspondió estudiar, la enseñanza en España en los
albores del siglo XX era tratada de una forma un tanto especial: por ejemplo, de
Joaquín Costa y Giner de los Ríos nos decía que eran “dos pedagogos que preconizaban la enseñanza laica y la coeducación, y
cuyas malsanas ideas fueron adoptadas por el sistema de enseñanza republicano”;
también se hablaba de “don” Rufino Blanco, que “opuso el contrapunto neocatólico a la Institución
Libre de Enseñanza y murió víctima de las hordas marxistas durante la gloriosa
cruzada del 36”.
Pero no aprendimos nada acerca de las metodologías que
defendía cada uno de ellos.
Abajo, a la derecha, Francisco Giner de los Ríos Le acompañan, además de su hijo, su nuera y su nieto, los Sres. Rubio y Cossío, miembros de la I.L.E. |
Un día, para mi sorpresa, apareció en las manos de una profesora un
libro titulado “Vida y Educación en
Joaquín Costa” y ante los sorprendidos oídos del alumnado explicó que, en
la actualidad, se estaba reivindicando la figura de éste y otros pedagogos de
la época, al margen de su ideología política.
Pero era ésta una de las pocas excepciones entre los adocenados
profesores y profesoras de las Escuelas de Magisterio de la época, de unas
Escuelas de Magisterio de las que procedíamos los primeros maestros y maestras
que ejercimos durante la etapa de la Ley General de Educación, que salimos de
las Normales a las aulas desconociendo lo que fue en su día la Institución
Libre de Enseñanza, y que lo fuimos aprendiendo después, en nuestras lecturas,
en las reuniones de los movimientos de renovación pedagógica, o en las escuelas
de verano de las décadas de los setenta y ochenta…
Hubo un considerable sector del Magisterio de la época que, ajeno a
cualquier intento de renovación, continuó impartiendo las clases del mismo modo
en que en su infancia las habían recibido, y que nunca llegó a saber, entre
otras cosas, que la Institución Libre de Enseñanza desempeñó, un siglo antes, una labor
fundamental en la renovación de la vida intelectual del país.
Fue en 1876 cuando un grupo de catedráticos se negó a ajustar sus
enseñanzas a cualquier dogma religioso, moral o político y fue separado de la
Universidad Central de Madrid por defender la libertad de cátedra. Este grupo,
integrado entre otros por Francisco
Giner de los Ríos, Gumersindo
Azcárate, Teodoro Sáinz Rueda y Nicolás Salmerón, obligado a proseguir
su tarea educativa separados de la enseñanza oficial, fundó un centro educativo
privado y laico, inspirándose en la filosofía Krausista, siendo apoyado en su
proyecto por la flor y nata de la intelectualidad progresista española: Joaquín
Costa, Augusto González de Linares,
Hemenegildo Giner, Federico Rubio y otros intelectuales de
prestigio, comprometidos en la renovación cultural de la sociedad.
La Institución Libre de Enseñanza defiende la neutralidad religiosa
y política y la independencia del estado y de cualquier religión o escuela
filosófica.
Comenzó dedicándose a los niveles universitario y de secundaria,
pero el gobierno se negó al reconocimiento oficial de los estudios cursados en
el centro, por lo que tuvieron que prescindir de la enseñanza superior,
limitándose a una escuela de niños, cuya metodología era la de la escuela
activa y que dio primacía a la educación frente a la enseñanza.
Más adelante, comenzó la coeducación, a raíz de instaurar la
escuela de párvulos.
La Institución apostó, en su
ideario pedagógico, por una escuela neutra, tolerante y abierta a la realidad
exterior, sin separación entre las enseñanzas primaria y secundaria, con
enseñanza cíclica y en régimen de coeducación, donde la actividad personal y la
experiencia creativa del alumno o alumna, utilizando diversas fuentes de
aprendizaje, constituía el eje del trabajo escolar.
Es imposible hablar de educación sin tener en cuenta la importante
tarea de renovación cultural y pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza
durante los siglos XIX y XX, una renovación sin precedentes hasta entonces en
España, una labor que inspiró el programa educativo de la Segunda República, y
que no murió con ella, sino que su estilo permaneció, a pesar de la fuerte
oposición política y la incomprensión social, en el trabajo de una minoría de
profesionales en casi total aislamiento en nuestro país, y en el quehacer de
algunas instituciones educativas en Sudamérica.
Decisiva la creación, durante el reinado de Alfonso XII, de la Junta
de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas para continuar la tarea de renovación
cultural y pedagógica.
Desde 1907 hasta la guerra civil, fue esta junta la responsable de
un desarrollo que hasta entonces no había sido alcanzado para la ciencia y la
cultura españolas.
Bajo la presidencia de Santiago
Ramón y Cajal se desarrolló un programa muy activo de intercambio de
profesores y alumnos y creación de becas para estudiar en el extranjero y se
creó una serie de organismos de relevante importancia, como la Residencia
de Estudiantes, el Centro
de Estudios Históricos, el
Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales y el Instituto Escuela.
Este último surgió en 1918 con la intención de extender a la
enseñanza secundaria oficial los principios pedagógicos fundamentales de la
Institución Libre de Enseñanza, introduciendo, de manera paulatina, reformas en
la enseñanza secundaria.
Entre su profesorado figuraron estudiantes de licenciatura que
aspiraban al magisterio de enseñanza secundaria, con la función de aprender
enseñando.
El Instituto Escuela fue pionero en la aplicación de pedagogías
renovadoras de carácter activo, incorporando la participación de los alumnos en
el propio proceso de aprendizaje, sustituyendo por la evaluación continua los
exámenes finales y limitando a treinta por grupo el número de alumnos.
Su experiencia influyó en la creación de institutos en Barcelona,
Sevilla y Valencia, seguidores de los mismos principios, y en la legislación
educativa del primer bienio republicano.
Paralelamente a estas experiencias habría que destacar la tarea
educativa llevada a cabo por los diferentes ateneos, por algunas sociedades
vinculadas a la masonería o por la Universidad Popular.
Así, cuando las autoridades educativas republicanas elaboran el
nuevo sistema educativo, no parten de cero, sino que se inspiran en los
principios emanados de las instituciones que, a título privado o público habían
comenzado su labor de renovación pedagógica y de fomento de la cultura desde
casi un siglo anterior a la llegada de la II República.
El mérito del gobierno republicano no residió en crear nada nuevo,
sino en recoger lo mejor de lo que ya existía.
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