Me estoy planteando aplazar la lectura de los últimos libros
de la lista que me programé para este verano y dedicar los días restantes de la
temporada a releer a Blasco Ibáñez. Al fin y al cabo, un clásico siempre es un
clásico, y de su lectura se puede, cada vez, disfrutar con nuevos
descubrimientos, apreciar nuevos
matices, extraer nuevas enseñanzas…
¿Por qué Blasco esta vez? Porque esta mañana, a propósito de
los múltiples artículos acerca de la problemática del Mar Menor, evoqué al Tío
Paloma jurando en arameo por la desecación que de la Albufera llevaban a cabo
los agricultores.
- ¡Nos están quitando la Albufera! – exclamaba
indignado el viejo pescador por esa tarea de destrucción a que muchos valencianos
– entre ellos su hijo – se entregaban, buscando en la conversión de pescadores
a cultivadores de arroz la posibilidad de una vida menos difícil de aquélla que
estaban llevando.
Y casi siempre, al leer Cañas
y barro, se pasa de puntillas por la descripción del enfrentamiento entre
conservacionistas y no conservacionistas, lucha en la que se veían implicadas,
como queda bien patente en el texto, distintas facciones dentro de una misma
familia. Se pasa de puntillas por ello para centrarnos en la historia de un
adulterio, como si ésa, y no otra, fuera la temática principal de la obra, del
mismo modo en que en La barraca sólo
se quiere ver el sufrimiento de la familia de Batiste ante el acoso a que es
sometida por los demás aldeanos, olvidando que la barraca de Barrer era un
símbolo en la huerta, una muestra de solidaridad hacia ese paisano que, harto
de la explotación a que es sometido, se ve obligado a convertirse en un
homicida; la barraca sin ocupar y su huerta sin cultivar constituían una represalia contra los herederos del tirano.
La versión edulcorada que de ambas novelas llevó a cabo
Televisión Española es comparable a la que las películas de la época dorada de
Hollywood hicieron de algunas otras de sus obras.
Y del mismo modo hacemos, inconscientemente con la lectura
de Flor de Mayo, Arroz y Tartana o Mare Nostrum (que de la versión
cinematográfica española de ésta, mejor no hablemos), quedándonos muchas veces
en la superficie, sin llegar a calar en el contenido social, en la exposición
de contradicciones, en la crítica feroz que resulta inherente a cualquier obra
de Vicente Blasco Ibáñez, del que, si la lectura de sus obras tantas veces ha
sido censurada, se habrá debido a algún motivo, no lo ha sido gratuitamente.
Pues esta mañana, leyendo algunos comunicados y visionando
algún que otro vídeo a propósito del Mar Menor, me sentí trasladada a finales
del XIX y principios del siglo XX, imaginando la angustia de los pescadores de
la Albufera al contemplar impotentes la desaparición de su medio de
subsistencia ante la invasión de sus terrenos de pesca por el crecimiento de
los campos de arroz y figurándome las posturas agresivas, los enfrentamientos
entre miembros de una misma comunidad por ese tema.
No voy a entrar en el análisis político de la situación
del Mar Menor en la actualidad, que para
ello doctores tiene la iglesia (o politólogos el país, que lo mismo da) pero de
lo que sí estoy segura es de que la situación no se va a solucionar sólo
poniéndonos a orar y pidiendo “sálvanos hoy nuestro Mar Menor de cada día”,
sino que alguien tendrá que agarrar al toro por los cuernos de una puñetera vez.
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